Dicen que el cerebro humano puede hacer cualquier cosa si se lo propone. Cualquier cosa. Pero se necesita empeño, mucha práctica y decisión.
Durante años estuve encerrado en la habitación estudiando la manera, la forma de lograr mi propósito. Fueron horas y horas quemándome las pestañas, leyendo todo apunte que se me cruzara por delante, ensayando variantes, programando en la pantalla de mi computadora, buscando el éxito, el resultado óptimo que me permitiera finalmente descansar.
Y lo logré. El enigma había sido develado. Escribí el mensaje de texto con manos temblorosas. Conecté el celular al ordenador, le cargué el software y recién entonces, envié lo que había escrito.
Los datos viajaron encriptados en el tiempo y volvieron a rearmarse en un mensaje de texto diez años atrás. Lo supe porque en ese instante todo a mi alrededor desapareció y en su lugar, apareció una inmensa playa y junto a mí, sobre la arena, estaba ella, sonriéndome, como si la vida no hubiese pasado, como si los hechos hubiesen sido otros. Y es que, de repente, lo habían sido.
En mi mente el pasado apócrifo comenzó a desvanecerse, como un mal sueño que empezaba a ser olvidado. El último recuerdo era un mensaje de texto, algo borroso, que decía "no te suicides hoy mi reina, que en la vida no hay imposibles, juntos podemos hacer cualquier cosa".