He devorado en un par de días Emulsió de Ferro, la novela de Sebastiá Jovani. Ambientada en el barrio de Gràcia, a finales del 76, la novela te traslada a esos años en los que Barcelona era menos cómoda, más conflictiva pero también más libre. Me ha gustado como Jovani describe el barrio de Gràcia, mi barrio, con esa mezcla de idiomas, olores y sonidos tan peculiar. Me he acordado de mi amigo Ignasi Duarte, eterno flaneur, con el que compartimos, cuando coincidimos, noches de tertulia y whisky por sus calles. Claro que ahora tenemos que soportar encontrarnos por el camino locales cuyos dueños se enorgullecen de no servir alcohol. Pensé también al terminar la lectura de esta novela negra protagonizada por artistas de la vida en El Gran Vázquez, un Grande con mayúsculas, protagonista de una película con la que este libro comparte la atmósfera libertaria y contracultural, al igual que con Los 70 a destajo, el imprescindible retrato de una década (aviso a navegantes, se reedita en pocos días) que pudo ser el inicio de un cambio de verdad en España y que acabó desembocando en una de las mayores patrañas de la historia política europea: la modélica transición.
Como dice su autor, los personajes de Emulsió de Ferro son los no vencedores de la Transición, pero no son los vencidos. Son los que no se amoldaron al criterio de normalidad que se impuso para dejar atrás un régimen y entrar en una supuesta democracia, este franquismo de partidos que soportamos ya más de treinta años y que tarde o temprano caerá. Unos años en los que existían bares como el Tarahumara de la novela...
“Per a tots nosaltres, el Tarahumara era al mateix temps un reducte d'assentament i un espai on recordar-nos a nosaltres mateixos a quin bàndol pertanyíem. Allà s'hi congregaven conspiradors culturals, músics que preferien les catacumbes abans que les audiències tradicionals, poetes lisèrgics i altra gent força inqualificable. Hom podia deixar-s'hi caure qualsevol dia, i malgrat l'aparent normalitat que s'hi respirava, amb les seves copes, les seves llums ataronjades i el seu fil musical estrambòtic, es tenia ràpidament la sensació que, entre línees, fora de camp, s'hi porduïen coses realment importants. Moltes més de les que podien imaginar-se, i algunes que mai arribarien a saber-se, perquè naixeren i moriren entre aquelles quatre parets. Víctor Neige i jo n'haviem viscut un bon grapat, d'aquestes”