Te creías especial. No eras tan grande después de todo. ¿Que chiquitas se ven las personas desde allá arriba no?
Pero un día cualquiera miraste tu lana y resultó no ser negra, era muy blanca. Tu cielo no era cielo, tu cielo era de suelo y el pedestal era de papel. Saltar no es volar, uno siempre vuelve.
Miraste resignado al espejo. Atinaste a limpiarlo con el puño de tu campera, mas fue en vano. Eras vos, pero también era él, y ella, y todos esos que siempre subestimaste. Se derrumbaron todas tus maravillas.
La garganta áspera de tragarte verdades absolutistas que van a terminar digeridas y en un inodoro. Y como arde el cuerpo mientras observas incrédulo tus golpes y raspones. Apoyas las yemas de los dedos sobre la sangre fresca. Es roja, como la de todos los demás.