Ningún callejón sin salida...
En los duros tiempos en los que España se debate, con una más que probable pérdida de soberanía y de toma de decisiones en pos de una inyección económica que supondrá el triunfo del mercantilismo, sobre la nobleza de una Nación entre seguir con la cabeza agachada o dejar que se la agachen un poco más. No son pocos los que, poco a poco, se van sumiendo en ese pozo de pesimismo en que nos van sumergiendo poco a poco los enemigos de nuestro país. Enemigos que, a través de los tiempos han confabulado, han luchado, han peleado, casi siempre sin éxito por hundir una nación que se forjó en el fuego y el acero de la expulsión de los árabes durante ocho siglos y la conquista de nuestra América por otros cuatro siglos más. Dicho en plata, mientras nuestra España se batía el cobre con unos y con otros, los demás, los del norte de los Pirineos, se lo lelvaban calentito, se quedaban en casita secos y arropados mientras aquí nos tirábamos al barro una y otra vez.La Leyenda Negra.
Hoy, ante el adoctrinamiento antiespañol al que nuestro sistema educativo nos ha sometido desde hace tres décadas, el embrutecimiento progresivo de una sociedad que ve cómo la siguiente generación está perdida y un desconocimiento total y absoluto de la Historia de España anterior a mil novecientos treinta y uno, el país se enfrenta a una encrucijada en la cual, cualquier cosa que huela a española es reo de muerte y todo lo que vaya en su contra digna de magnificación. Pareciera que, al fin y al cabo, la llamada Leyenda Negra, por la cual España era un nido asqueroso de adictos a la inquisición, exterminadores de indígenas de la manera más brutal posible y aquellos paises cómo Inglaterra y Holanda que perennemente luchaban contra esa aberración del Sur de Europa o del Norte de África, tal fuera la barbarie que nos aflije, debían de ser engrandecidos por vertir mil mentiras sobre España cuando la verdad es que a nivel militar no podían vencernos y cualquier General, a base de fé les podía dar para el pelo cuando ellos sólo podían resistir una acometida que terminaban perdiendo.
No digo que hay gente buena en dichos paises que, de un modo u otro sigue creyendo, cómo lo creemos los amantes de la Hispanidad, que España aportó tanto o más que sus respectivos paises al Orbe y su Historia. En mi ego interno me resisto a pensar que todo fueran odios hacia España y estoy incluso pro pensar que mucha de la culpa de que España se viera un poco cómo el estercolero del Mundo es de los propios españoles que nos vemos muy guays si nos ponemos la bandera de Inglaterra pero sómos unos fachas redomados si nos ponemos algo con los colores nacionales. En súma, que España se vea cómo se vea, es causa y efecto primero de creernos que sómos una porquería porque alguién de fuera lo diga y segundo por redifundir fuera que pensamos que sómos una mierda por el mero hecho de creernos a pies juntillas lo que dicen los de fuera porque obviamente, son países mas progresados y modernos y deben, por fuerza, tener razón.
La Memez española.
Y es que cuando la juventud de un país sabe hacer botellón con sólo trece años pero es incapaz de saber quien es el presidente del Gobierno mientras se sabe del tirón la alineación de un equipo de fútbol, debemos congraciarnos que la putrefacción cerebral llevada a término por un sistema educativo fragmentario, basado en la mediocridad, que premia el fracaso y victimiza el esfuerzo ha logrado sus objetivos. No creo que a éstas alturas, los que estudiamos con la Educación General Básica y por tanto los últimos que estudiamos algo coherente, no veamos la mano derrotista de según que personajes de la esfera internacional que viendo caer a Franco aprovecharon para "aconsejar", "guiar" y "animar" a llevar según que acciones para crear un estado contra natura de todo lo hispánico. Basado en la pérdida de valores, en una europeización a la sajona, donde la familia, la tradición, la historia sólo es válida si los protagonistas lo son en inglés y surgen en la noche de los tiempos de la tradición norteeuropea.
Sólo hay que vez que cualquier tradición foránea ha sido admitida cómo normal penalizando gravemente cualquier esencia hispanica en la misma. Ya sea Halloween, Santa Claus o ponerse cualquier bandera de cualquier país dispuesto a defecar en nuestra calavera, el hecho tácito es que andamos mal porque nos hemos vendido al enemigo, nos lo ha dado todo para enseñarnos a vivir sin doblarla, cómo siempre se ha hecho y después nos ha quitado la tostada justo cuando ya no éramos capaces ni de mear sin que alguién nos la sujetara. No pienso pedir perdón por ser español, si es lo que esos señores desean. Mucho menos si quien me incita a hacerlo es otro ¿español? que se siente amomajado y con cargo de conciencia porque le han dicho que masacramos muchísimos indios en América para robarles sus riquezas en la misma concepción que según que personajes de la vida pública de paises iberoaméricanos tienen sobre españa. No, señores, cojan libros de historia y averigüen que hicimos los españoles en nuestra tierra y que hacían británicos, holandeses, franceses y portugueses al mismo tiempo en el suyo.
Sin perdón.
Ciertamente, el día que deberíamos haber empezado a sentirnos orgullosos de nosotros mismos fue el día en que le declaramos la Guerra a Estados Unidos en mil ochocientos noventa y ocho. Perdimos la Guerra, pero no deberíamos haber perdido la estima y el carácter que nos hizo prevalecer durante cuatro siglos con un imperio Global. Simplemente perdíamos unos territorios y debíamos haber tenido la cabeza bien alta para arrostrar los tiempos oscuros que se nos venían encima. Japón lo hizo, hundido y ocupado tras la Segunda Guerra Mundial, decidió dar la batalla a su enemigo inmortal, Estados Unidos con el trabajo y la tecnología. Nosotros decidimos agachar la cabeza, dejar que nos dieran la colleja hasta meter la boca en el barro e ir comiendo con la esperanza de que nadie nos puesiera el pie encima de la cabeza. Yo he decidido ya que no quiero seguir comiendo barro y que quiero empezar a dignificarme cómo español y cómo integrante de una Hispanidad que fue tan grande en el siglo XVI cómo hoy y que debemos, por nuestra propia dignidad, defender e impulsar.
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