No simpatizaba con los equipos españoles, cualquier equipo que ganase alantipáticoMadrid, era mi equipo,pero la llegada de Cruyff a tierras catalanas y su monumental papel en aquella goleada de 5 a 0 a domicilio contra el equipo merengue, definitivamente inclinaron la balanza en mi creciente admiración por el Barça. Con el primer título de Champions League del 92, nunca más tuve dudas.
Hoy,muchos años después, el conjunto azulgrana ha sabido asimilar el orden y despliegue total de la escuela holandesa y la vistosidad y alegría de la escuela brasileña. A resultas, su estilo ecléctico no tiene parangón alguno y se ha visto recompensado por la obtención de 3 títulos de Liga de Campeones en apenas seis años, amén de muchos títulos domésticos e internacionales batiendo muchos récords y suscitando la admiración y envidia en el resto del mundo. Me siento muy afortunado de poder disfrutar del juego maravilloso del mejor Barcelona de la historia, algún día podré contar a mis nietos que fui testigo de esta prodigiosa era. En estos tiempos donde se ha impuesto el poder del músculo y la táctica en los campos de juego, su filosofía de juego no tiene precio.
Pero, por una vez los detractores del prolijo recital del conjunto blaugrana, tienen razón.
Hay momentos en que el juego de toque, a ras del suelo y de posesión total del balón, cansa y aburre. No sé si es la resaca de los títulos, el mareo de los elogios o la soberbia de saberse invencibles, pero el equipo de Guardiola empieza a caer en la tentación de la autocomplacencia, el uso desmedido del mismolibreto y la indolencia y falta de concentración de algunos jugadores.
Porque volcarse en ataque y rondar el área rival sin culminar las jugadas no sirve de nada. Apoderarse del balón y jugar al rondo está bien, pero insistir con la misma táctica los noventa minutos sin apenas cambiar de ritmo, en verdad me crispa los nervios, especialmente cuando se estátan cerca de la portería enemiga y ninguno de los jugadores opte por la variante del remate directo, como si tuviera el temor de fallar a las instrucciones del D.T.Este Barça quizá sea el mejor exponente histórico de ese fútbol asociado y de esa rara virtud de defenderse ordenadamente con la posesión de la pelota. Sin embargo no pocas veces, la excesiva confianza provoca que la virtud juegue en contra.
Se puede aceptar con algo de humor y paciencia que perdamos contra equipos exóticos como el Rubin Kazán o el Hércules,porque es interesante ver cómo sus hombres se prodigan al máximo como si fuera la última batalla de sus vidas, el espíritu futbolero reconoce su esfuerzo y les aplaude si viene el caso. Pero jugar con displicencia contra los rivales grandes o históricos es irresponsable, aunque estos atraviesen horas bajas. Mucho peor es pretender vivir de la renta de un gol de diferencia cuando no se tiene la garantía de la defensa por la ausencia de los zagueros titulares. Los recientes casos de los enfrentamientos contra la Real Sociedad y el Milán desnudaron esa actitud de conformarse y apoltronarse antes de finalizar los partidos. Me hubiera encantado que humillásemos al conjunto milanista, porque hasta ahora no consigo digerir esa terrible derrota de la final europea de 1994. Si bien las circunstancias no son las mismas, pero ¿por qué no jugar con la misma energía y concentración de los duelos contra el Madrid?, ahora es el momento de hacer saber, contundentemente a los otros grandes quién manda en el universo futbolístico. Aunque no nos guste admitirlo ese fútbol rácano de la escuela italiana también es posible y válido al fin y al cabo.
Sí, sabemos que la temporada apenas comienza, pero es menester recuperar la humildad. No podemos perder pisada a la estela luminosa del transatlántico blanco, hambrientos de títulos como están ellos, calentarán motores al máximo para querer aguarnos la fiesta y recurrirán a todos los métodos posibles (incluido su creciente y mejorado juego ofensivo) para lograrlo. Porque definitivamente se me haría insoportable la idea de ver al indeseable de Mourinho celebrando la décima Champions o la Liga. Con su megalomanía de la escasamente valiosa Copa del Rey ya tuvimos más que suficiente.