Cuando el triste o adolorido, no es un bebé

Publicado el 29 julio 2015 por Sylvia
A veces, B se queja o lloriquea cuando está dormida; a veces hace un gesto de dolor. No me refiero a los sonidos que pueden ser normales en el sueño, como pujiditos, sino a claros indicadores de incomodidad. Usualmente me acerco y le pongo la mano encima. Si continúa quejándose o lloriqueando, la tomo en brazos. Cuando ha sido un día o una tarde en la que ha estado inquieta, me detengo a pensar si tocarla o no, si alzarla o no, es decir, si apostar a la posibilidad de que solita se aquiete, en lugar de arriesgarme a despertarla. Siempre corro el riesgo.
Si me conmueve cuando pone cara de incómoda o molesta, mucho más cuando pone carita triste o de dolor. Aunque las personas reaccionemos diferente, y haya quien considere que es mejor no hacer mucho caso al llanto del bebé, o hacerle caso pero no tomarlo en brazos, etc., creo que las personas sanas que recibimos el mensaje "bebé mal", nos conmovemos, deseamos que el bebé esté bien, y en la medida de nuestras posibilidades, haremos algo al respecto. En general, los bebés despiertan lo mejor de las personas.
¿Cuándo deja de importarnos el malestar del otro? Los niños también provocan buena voluntad, pero menos que los bebés. Supongo que hay una premisa cultural por la cual, quien tiene o debería tener recursos para atenderse a sí mismo, ya no es un adecuado depositario de las atenciones de los demás.
Me queda claro que  no podemos ir por ahí atendiendo a todo el grandulón que eventualmente lo requiera; pero creo que ni siquiera nos conmueve, sentimentalmente hablando; creo que dejamos de notar los gestos de malestar, si no representan una amenaza para nosotros.
Silvia Parque