Cuando en medio de un bosque inspiramos el aire y sentimos la danza de los aromas, cuando nuestra mirada se destensa sumergida en la armonía que contemplamos en él, nuestra mente deja su función de carcelera y empieza a servir a nuestro corazón; como consecuencia su inteligencia se multiplica, sus opciones se elevan al infinito y los pensamientos fluyen como agua fresca y pura. ¿Qué pasaría si nuestra educación fuese capaz de sentir esos aromas, de mirar desde el corazón…?