1. Adiós a la gracia. Todos los chistes que has hecho por años en las reuniones, juntas, comités, eventos, etc., y que reían tus compañeros (directivos o no) con grandes muestras de jocosidad, dejan de tener gracia y el único que se ríe eres tú. Un golpe en la autoestima terrible. Yo me paso horas ensayando frente al espejo la dicción y la teatralidad de mis chistes, “y el tipo se acerca y le dice…”, juajuajua, sólo de pensarlo ya me río, pero solo.
2. Adiós a la clandestinidad. Ya puedes entrar en una cafetería o caminar por los centros comerciales a cara descubierta, sin gorra calada y gafas de sol tipo folclórica, se evaporó el peligro de que se te acerque nadie, cliente, proveedor o empleado (perdón, colaborador), a pedirte algo. Siempre queda el típico despistado que apenas te ve en la cola de la caja se abalanza como un loco con la petición ardiéndole en las entrañas, pero apenas llegue a la distancia mínima imprescindible para que pueda oírte, pronuncia en voz alta la frase “ya no trabajo en la empresa” y lo verás derrapar con una profesionalidad que dejaría en ridículo al mismísimo Marc Márquez.
3. Adiós a los correos. Qué descanso, por favor, ahora sólo me escribe el banco, las aseguradoras, las líneas aéreas, las cadenas hoteleras, los buscadores de chollos, las tiendas on-line, las princesas africanas, las farmacéuticas, los rent-a-car, las revistas literarias, los blogs de Google, los periódicos, las promociones de los periódicos, las páginas de citas, el colegio de mi hijo, las cadenas de TV, los buscadores de hoteles, los vendedores de Viagra, las cuentas de Instagram, Twitter, Facebook, Pinterest, YouTube, mujeres solteras que buscan hombre maduro par relación seria, las actualizaciones de las App, los avisadores de eventos a los que no puedo faltar, los recordatorios de cumpleaños de todos y cada uno de los contactos de mi agenda, las páginas de música on-line, los distribuidores de paquetería, los clubs y partidos políticos y alguno más, pero de trabajo, ni uno, ¡qué descanso!
4. Adiós a la mesa reservada. Ese camarero o maitre que se había esforzado en aprenderse tu nombre para impresionar a tus invitados y hacerse acreedor de una buena propina, pierde la memoria en un segundo apenas te ve en una mesa solo o con tu familia, dudando por los precios y pagando con una tarjeta tan vulgar como la que él mismo tiene. Ahí, amigo mío, ya puedes constatar que ni eres jefe ni eres ná.
5. Adiós a tu legado. De una forma compulsiva, aunque por fortuna breve en el tiempo, todo el mundo con quien te cruzas se emperra en explicarte paso a paso y con todo lujo de detalles la destrucción de aquello que por años te esforzaste en construir. Es como ver los capítulos de Friends, te sabes los diálogos de memoria, y aún así te sorprende el hijoputismo que se escondía a tus espaldas.
6. Adiós a las llamadas, guasaps, skypes y de más. El móvil pasa de la erección juvenil a la flaccidez del desuso. Puedes disimular haciendo ver que te llama alguien, o mirando la prensa como si leyeras menajes, pero al final siempre te pillan y es muy triste.
7. ¿Ya he dicho que la gente deja de reír tus chistes? Eso sí que es triste…
8. Hola agoreros y videntes. Gente que no te importa un huevo y que nunca te habían hablado empiezan a darte consejos. Se dividen en tres grupos, uno: los que siempre han estado bajo tu jerarquía y ahora quieren demostrar que te pueden tratar de igual a igual (lameculos que antes no se atrevían por miedo a que pensaras cualquier cosa de ellos), dos: los que están deseosos de ver a dónde vas a ir para ver si tienen una opción mejor de trabajo, y tres: los que te auguran un futuro tenebroso tras soltarte de la teta de la empresa o un camino de éxito por haberte atrevido a soltar esa misma teta… Los catalanes tenemos una frase maravillosa para todos ellos, aneu a cagar a la via.
9. De la erótica del poder no comento nada porque yo ni antes ni después, qué cosa de verdad…
10. Y décimo, tu(s) hijo(s) vuelve(n) a llamarte papá, tu pareja te mira como si acabaras de volver de un viaje por el espacio exterior, los amigos regresan confiados en que habrá espacio para ellos y la cerviz, curvada durante mucho tiempo por la responsabilidad, va recuperando esa nueva forma de persona hasta que vuelves a ser tú.