Cuando llegué a Lima recogí a mi amigo Mario, y nos fuimos al Cusco juntos. Allí comenzamos una travesía que nos llevó de viaje por unos días inolvidables.
En Kusuni nos hicimos con una moto taxi que nos llevó hasta Copacabana y de allí, a bordo de una lancha, llegamos a la Isla del Sol en pleno lago Titicaca.
Mario fue la lima que pulió muchas aristas en ese viaje, y en otros en los que coincidimos. Un practicante del veganismo, del vegetarianismo respetuoso con los animales y con la vida. “Asegúrese de que no le cae ningún animalito mientras cocina”, repetía en cada lugar en el que parábamos a repostar...
Hoy Mario se ha ido. Mi amigo, mi maestro, mi compañero de viaje, ha decidido partir hacia otro lugar. Ojalá encuentres, amado Mario, allí todo lo que te faltó aquí. Nunca, nunca te olvidaré, ni a ti ni a tu sonrisa, ni a tu tono al hablar, ni tus enseñanzas, ni el consuelo que me diste en aquel hostal del Cusco, ni las horas en que charlamos como hermanos a bordo de aquel maldito bus expreso.
Gracias Mario.
Te quiero, Mario.