En esta ocasión presento la historia que tuve de niña cuando al corregir el habla de una compañera de clase me esperó fuera de la escuela para golpearme.
En aquel entonces tenía 9 años y cursaba tercer grado de primaria, me gustaba ser aplicada en la escuela, normalmente era independiente haciendo mis tareas y cuando algo no me quedaba claro, me iba a casa de unos vecinos y ellos me ayudaban hacer esas tareas.
Vivía en la parte alta de un cerro mientras estudiaba en una escuela pública, ubicada a nivel de calle, subía y bajaba escaleras conforme iba a la escuela y regresaba a casa.
Me llevaba bien con mis compañeros de clase hasta que sucedió que a la hora del recreo una compañera de clase hablaba de un niño llamado Carlos, al pronunciar este nombre intercambiaba la r con la l, por lo tanto Car-los sonaba Cal-lo, un modo de hablar que los lingüistas llaman lambdacismo, la cual explica un intercambio de consonantes generalmente la r por la l y la rotación de estas que emplea la acción contraria, sustitución de la l por la r, un fenómeno lingüístico que más tarde notaría muy a menudo en diferentes lugares, regiones e incluso países hispanohablantes.
A esa edad ignoraba que era un fenómeno lingüístico y no necesariamente un error sino una variante del habla, mi primera reacción al escuchar decir Cal-lo fue corregirla e indicarle que en lugar de Cal-lo se decía Car-los.
En aquella época era una niña muy independiente, no solo hacía sola mis deberes escolares sino también iba a la escuela y volvía sola a casa. Esa mañana una vez terminadas las clases, salía de la escuela y me dirigía a casa, pasando por el portón de la escuela que me conducía a la calle me encuentro con algo muy atemorizante, esta niña vociferando contra mi y una turba de niños haciendo un círculo alrededor nuestro que con algarabía nos incitaban a pelear, no esperaba algo así, nunca antes había sido una niña de peleas en la escuela y menos callejeras.
No sabía cómo responder ante todo eso, estaba sola sin un familiar que pudiera defenderme, con el desconcierto de una niña, con mucho temor y temblor no respondí absolutamente nada y me retiré del círculo para continuar mi camino a casa, arriesgándome a ser igualmente golpeada, pero ella no me tocó.
Mientras subía las escaleras hacia mi casa, todo mi cuerpo temblaba, estaba tan asustada por lo que había sucedido minutos antes que no podía volver a la serenidad para pensar, reflexionar porque eso había ocurrido.
Algo perturbador como esto nunca lo olvidé, había sido el asomo de lo prudente que debía ser para dirigirme a otros y corregirlos. Dilucidar a qué persona voy a advertir, corregir, aconsejar y que eso no me traiga confrontación y odio.
La prudencia empezó a hacerse más presente cuando apenas una muestra de corrección provocaba las más hostiles reacciones.
Unos amarán la corrección y otros odiarán al que los corrige.
iHasta la próxima!