Llueve con fuerza, es medianoche, y está oscuro. Mi auto se detiene, probablemente le falte combustible.
Con fascinación, observo, como mi busto ha crecido enormemente y se desborda por falta de espacio. -Me gustan: son preciosos, juntitos y bien formateados, pensé-.Estaba realmente exultante, deseosa, frívola. Por mis venas corría la sangre silbante, como un torrente salvaje y sin freno.Un silencio había irrumpido; pero al instante, se escucha: Dancing in the dark, de Chet Baker.- No sé que pasa, dudo que sea mi mundo, quizás no es real, -me pregunto.
Decido salir al asfalto, una gélida brisa envuelve mi cuerpo. Alguien muerde con ahínco mi cuello desnudo. Por unos momentos pierdo la consciencia y cuando despierto, me encuentro de costado, en la parte trasera de mi coche. Ahora, además de mis voluptuosos pechos, poseo unos enormes colmillos blancos y relucientes. Desde entonces duermo de día, y despierto en la noche, llena de vitalidad. Texto: María Estévez