Cuando la palabra ya no exista. La que nombre.
La que designe. La que signifique lo no dicho.
La que te acobarda en el precipicio donde
ni siquiera sincroniza un lenguaje el silencio,
habrá de unirse una boca con un te quiero.
Cuando la palabra que cubre, que abraza.
La palabra callada en alguna madrugada,
despierte, valiente, asomada al albor de la mañana
para encontrar un te quiero, que sus labios araña.
Cuando no exista una sola palabra que defina
la intensidad de lo manifiesto con lo supremo
y las cuerdas dancen en la garganta cansina
de lo expresado, en murmullos de amor extremo,
habrá de unirse un te amo entre los labios.
Cuando sea el silencio inmenso de una mirada
el único armazón del sentimiento, sin verso
sin palabras, hilos de plata en las amígdalas
tejiendo un -te/ a/mo- en los extremos
de una voz callada, susurrante, trisílaba
Cuando falte el verbo y sea tácita la palabra
y lo perceptivo sea el principio oral de lo sagrado,
y un rumor de pieles aleteando en unísono
aceleren magnéticamente los sentidos,
habrá de unirse el amor con todos los sonidos.
Cuando el verbo enmudecido e implícito
abra paso a los sentidos cual ciego enardecido,
mandamientos de piel que se agitan arrítmicos,
para que fluya el amor, con todo su bullicio
Pero si se hace de la rima un verso infinito.
Si torna en poema y la oración, en prosa
desde el fondo ancestral del deseo,
la inmensidad de lo escrito y el acento,
habrán de encontrarse en el abismo del grito.
Pero si se encadenan las frases en adoración eterna,
versando el aliento perennemente anhelado,
emergerán esencias de voces en las cavernas
estallando un volcán, ígneo y desbordado.