
Había olvidado lo que se sentía. La música era aún más estridente que la que atormentaba a mi madre horas antes. Keisi parecía feliz y ese era motivo suficiente para olvidarme del resto de las muchas razones que tenía para sentirme incomoda. - Esta noche te prometo que ligarás con el chico más guapo de la disco. – Me había susurrado mi hermana unos minutos antes de sumergirnos en aquella oscuridad ensordecedora. Yo sonreí y pensé en el tiempo que había pasado desde la última vez que me había permitido a mi misma mirar a un chico a los ojos. En apenas un año mi vida se había visto reducida a los estudios y si bien el amor no era una gran prioridad para mi, había otras cosas que si lo eran, entre ellas complacer a mi hermana pequeña. No pretendía pasar por santa. Eso se lo dejaba a la madre Teresa de Calcuta. Yo también había tenido quince años aunque a veces Keisi lo dudara. Recordaba la excitante sensación de que un chico te mirara con la promesa explicita de un beso prometedor. Las mariposas en el estómago cuando le veías acercarse. Los escalofríos cuando escuchabas su voz. Los susurros al teléfono en la noche, escondida en la habitación, temerosa de que alguien te descubriera y quebrara la fragilidad de tu mundo de papel. Pero no dejaban de ser algo real los besos robados en la oscuridad del portal, la ansiedad de abrazarle o sentir su olor. Las caricias prohibidas pero aun así buscadas y deseadas. La necesidad de romper con las barreras y lanzarte al infinito con los ojos cerrados. Si Keisi, aunque a veces tu lo olvidaras, yo también había tenido quince años y había estado enamorada. Pero luego había descubierto que el amor también duele. El vacío en el estómago cuando descubres una mentira, la sensación de distancia cuando buscas sus labios, la frialdad de sus caricias cuando recorren tu cuerpo, la ansiedad en su mirada cuando evita tus ojos. Y de repente descubres que no eres tú la dueña de sus sentimientos, que hay otra en tu lugar que ha usurpado ese sitio que creías solo tuyo. El ha compartido con alguien más lo que te había ofrecido a ti también. Los adultos creen que el amor de adolescentes es una tontería, ¿pero acaso no duele la traición de igual manera a los quince que a los cuarenta? Quizás los adolescentes sufren más porque saben cómo entregarse completamente. Los adultos por regla general han experimentado la traición y se vuelven recelosos y cobardes. Un adolescente no conoce la cobardía y por ello olvidan que la temeridad tiene consecuencias. Un adulto piensa que ser cobarde es sinónimo de madurez, pero ser cobarde solo es muestra de egoísmo. Una pareja de dos nunca lo es si al menos uno de ellos niega algo al otro. Lo adolescentes no niegan nada, lo dan todo sin esperar nada a cambio, y quizás luego la herida duela más, pero el dolor no es nada comparado con la intensidad del sentimiento. Keisi parecía haberse apoderado del lugar. Cada vez que pasaba cerca de un chico que era guapo según sus propios cánones, se mordía el labio inferior con coquetería y le seguía con la mirada. El cabello castaño se agitaba a su alrededor cada vez que se giraba para mirar por encima de su hombro. De repente parecía tener más de dieciséis años y yo no pude menos que sorprenderme cuando al llegar a la barra pidió una naranjada…pero con vodka. Apreté la mano de mi hermana para que se mantuviera cerca de mí. Ahora sentía que mi corazón latía al ritmo de la música y poco a poco el alcohol intoxicaba mis sentidos. Nunca había sido buena bebedora. Keisi bailaba despreocupada mientras agitaba las manos en el aire y balanceaba las caderas. Un chico se le acercó desde atrás y le dijo algo al oído. Me sentí como una intrusa y la sensación no menguó cuando unos minutos después me percaté de que ambos se estaban besando. Estaba a punto de coger a mi hermana de la mano y sacarla de allí cuando una voz en mi cabeza me dijo que me comportaba como lo haría mi madre. Recordé lo mucho que me había molestado que no me dejaran salir a las discotecas con mis amigas o las veces que había compartido un beso en la oscuridad. Yo también había hecho las mismas cosas que ahora hacía Keisi. No podía privarla de esa experiencia. En un perfecto acto de cobardía huí al lavabo y tuve que respirar varias veces ante el espejo para encontrar el valor suficiente con el cual soportar lo que quedaba de la noche.