Marianne Dashwood, encantadora y joven pero de familia empobrecida por la muerte de su padre... conoció a John Willoughby en una tarde cualquiera. Él la salva tras un accidente, la lleva a su casa y encanta. Cada día se acercan más, comparten infinidad de momentos, ambos se sienten enamorados sin decirlo... incluso él decide declararse una mañana, pero por cosas que luego se aclararán debe decirle adiós ese mismo momento...
Marianne entristece, no entiende nada... sabe que él se fue a Londres, y por cosas del destino puede viajar allá invitada por otra familia. Le escribe sin cesar, como una loca, buscando un motivo para esa lejanía...Finalmente y de nuevo por azar se encuentra con él... ella corre a saludarlo, con el corazón en la boca, pero él... la saluda fríamente y se retira huyendo de la manera más cruel. Marianne lo sigue, pero su hermana la retiene... él está del brazo de otra mujer, de otra alcurnia y rodeada de riquezas que para ella están vetadas.
Vuelve a escribirle, ella no puede creer lo que está viviendo luego de todo lo que compartieron juntos... la respuesta llega, junto con todas las cartas que Marianne escribió con ¡tanto amor!... “Estimada señorita, no puedo creer hasta qué punto fui tan infortunado que pude ser capaz de ofenderla. Mi estima por su familia es muy sincera, pero si yo di pie para que creyera más de lo que sentí o quise expresar, debo reprocharme por no haber sido más cuidadoso. Mi afecto lleva largo tiempo comprometido, y con gran pesar le devuelvo sus cartas y el rizo de cabello que con tanta gentileza tuvo a bien enviarme...”
Al final, Willoughby mira desde lejos el matrimonio de Marianne con el Coronel Brandon. Sus problemas económicos se solucionaron y el haberse casado por dinero no sirvió, pero él terminó perdiendo ese sincero amor. Por esa mala decisión.
Porque no se puede vivir y morir esperando el gran amor.
Soneto 116, William Shakespeare