La casa de mi abuela está frente a una escuela primaria. Tres veces me ha tocado salir en el momento en que a los niños se les va una pelota a la calle; hoy le tocó a mi abuela, quien seguro habrá pasado por la experiencia antes.
Es una escena que me gusta. Los niños gritan fuerte, alborotados. Cuando consiguen atención, uno pide la pelota "por favor"; cuando la reciben, varios dicen "gracias". He oído hablar mal de "estas generaciones" y de hecho he encontrado muchos niños sin modales ni consideración, a la edad en que cabría esperar que los tuvieran. Estos niños piden de buen modo.
Su juego depende de que alguien les haga el favor. Hay que ser miserable para no querer hacerlo, pero imagino muchas circunstancias por las que el transeúnte no pueda detenerse. Una vez que me lo pidieron iba con B, sin carriola, y no fue sencillo. Lo logré, pero si no hubiera podido, alguien más lo habría hecho. Sé que es así; no obstante, me asombra el espíritu que hay que tener para jugar cada día, sabiendo que la pelota puede irse, confiando en que habrá alguien que la regrese.
Silvia Parque