Iván de la Nuez
“Internet es un derecho”. Los gurús de las redes insisten en este eslogan. Y detrás de ellos, empresas, políticos, activistas, reformadores de medio mundo repiten el mantra. ¿Quién se atreve a aguarle la fiesta a estos titanes de la realidad virtual?
Casi nadie, porque sería como ir en contra de la libertad.
Ni más y ni menos.
Lo cierto es que, en ese enfático enunciado –“Internet es un derecho”-, se esconde un fetichismo preocupante que consiste en disfrazar a un beneficio económico como una necesidad inalienable.
Convertir un negocio en un derecho implica justamente lo contrario: encubrir ese momento en el que los derechos se transforman en negocios. A fin de cuentas, y siguiendo a Perogrullo, el verdadero derecho es la información, a la que todos deberíamos acceder sin pagar peajes comerciales o políticos.
Pensemos, por un momento, en otros derechos: el agua, la tierra, la alimentación, la educación o la vivienda. Y dónde han ido a parar desde que, un buen día, compañías y gobiernos decidieron convertirlos en negocios.
(*) La imagen es una pieza de Rogelio López Cuenca.
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