Naruhito, príncipe heredero del Japón, visitó hace dos veranos La Mancha. Hubo grandes titulares, con palabras sacadas de otros tiempos, en la prensa regional y enormes muestras del catetismo propio de «Bienvenido Mr. Marshall». La visita del heredero del Trono del Crisantemo fue considerada como lo solución a nuestros eternos problemas: el bálsamo de Fierabrás.
Me resultaron particularmente pintorescas las condiciones impuestas por el príncipe con respecto a su persona y, libreta mediante, pergeñé una suerte de corta y mala imitación del estilo del maestro Cunqueiro que os dejo.
El Príncipe Heredero de Cipango, una vez viajó a La Mancha (no a Galicia), al pueblo de Consuegra, donde fue muerto el hijo del señor D. Ruy Díaz al que los moros llaman el Cid, enviado por el mago señor don Merlín para que sea curado de una terrible enfermedad, propia de la estirpe de los Emperadores del Sol Naciente y que según ha descubierto el mágico señor solo se cura con la flor que los manchegos llaman Rosa del Azafrán. Pero nadie le puede mirar a los ojos, ni tocarle, ni darle nada a las sus manos directamente, sino por medicación de un embajador que trae para tal fin. Pero una moza consaburense osa mirarle a los ojos y él se queda prendado de la misma y tras muchos avatares se casa con la citada doncella y se la lleva a Japón de Emperatriz.
Desde entonces los Mikados aderezan el arroz con azafrán.