La primera cosa en cine del gran bávaro megalomaníaco por antonomasia, Werner Herzog, fue esta cosa llamada Herakles, un documental -¿un documental?, ¿sí?, ¿seguro?, ¡no jodas!- de no llega al cuarto de hora, con tíos dándole mucho a la fiebre del músculo y a los esteroides -esto último fuera de plano, ¡ojo!- y tal... La cosa es en blanco y negro y está aderezada con musiquilla guapa, más en concretamente, con musiquilla guapa de jazz.
Como ya sabemos que hiciera -o Tim Burton nos hizo creer que hiciera- don Ed Wood de los jerseys de angora y que viva el trasvestismo, Herzog también junta y apeguña un montón de imágenes de archivo que mejor no sepamos de dónde ha sacado, y se abandona al corta y pega extremo, al collage desmedido. La combinación de imágenes de culturistas -no confundir con culturetas, esa especie de obsesos y febriles aún más peligrosa y odiable que los Misters del Universo-, culturistas, como decía, muy concentrados en lo suyo de darle a la hipermusculación, con imágenes de accidentes automovilísticos bestiajos, cazabombarderos lanzando pepinos a ras de suelo, vertederos a rebosar de la humana basura y demás terrores de la moderna civilización, viene a significar que más vale maña que fuerza, sí, pero que tanta maña nos va a enviar a todos a tomar por culo cualquier día de estos...
Por lo visto, Herzog ya era muy perspicaz a sus 20 añicos, qué tío, y en montando este documental -¿documental?, ¿sí?, ¿seguro?, ¡no fastidies!- quiso venir a anunciarnos -mucho antes que el jodío Fukuyama- que se acabó, amigos, que esto es el Fin de la Historia. Que si el mismísimo y todopoderoso Hércules levantara hoy día la cabeza no nos duraba el menda ni dos telediarios, que o bien lo atropellamos en el primer paso de peatones y cruzando en verde o bien nos lo finiquitamos de un gripazo aviar.
Pero la musiquilla es guapa. Musiquilla guapa de jazz.