Al trabajar por cuenta propia, el cliente se convierte en "algo" realmente valioso. El prospecto, el interesado, el que simplemente es parte de un público al que va dirigido el servicio, se convierte en alguien a quien da gusto acercarse, conocer y tratar, porque su existencia -eventualmente, su presencia- da sentido a lo que una hace; es así, aunque no contraten el servicio ofertado.
Yo aprecio que hagan contacto conmigo, de cualquier forma. No tengo problema con que me pregunten si hago un trabajo que imaginan que podría hacer, pero no hago (como captura o transcripción de datos); mucho menos me incomoda que me pidan descuentos o plazos para pagar: al contrario -casi siempre hay modo de llegar a un acuerdo-. Pero hay dos cosas no me gustan:
- Que me pidan una cotización formal con el único interés de conformar la terna que se solicita en muchas instituciones, antes de tomar la decisión de a quién se encarga un trabajo; es decir, que me pidan el presupuesto sabiendo de antemano que no están considerando la posibilidad de elegirme. Entiendo que así funciona el mundo: tal vez me disgusta porque, si me pidieran como favor que pasara la cotización, avisándome de qué se trata, lo haría sin problema.
- Que me pidan que les haga la tesis. Desde estudiantes de licenciatura que en su vida van a volver a escribir un trabajo de más de diez páginas, hasta doctores que lucran con sus títulos y son considerados autoridad en sus temas. No es correcto. Y por si mis principios fueran tembeleques, ¡no me conviene! En absoluto. Dependiendo de quién lo propone, hay algo de intento de explotación en eso... de abuso. Yo entiendo al tesista desesperado, y tengo una variedad de opciones para quien no puede más: "compongo" trabajos, redacto a partir de borradores, etc.; lo otro no es digno.
Silvia Parque