VARIACIONES SOBRE LA PARADOJA DEL VIAJERO TEMPORAL
Hay una paradoja famosa que trata de ilustrar la imposibilidad de que alguna vez el hombre consiga viajar en el tiempo por el hecho manifiesto de que no hemos sido invadidos por horas de turistas temporales, pero tal refutación ignora –¿cómo no habría de ignorarlo?- que los primeros de dichos viajes que, sí, se lograron alguna vez en el futuro, rompieron el delicado mecanismo de relojería del continuo espacio-temporal, y crearon una onda expansiva de destrucción que aniquiló tanto el futuro del que partieron tales viajes como a los mismos viajeros que se desperdigaban alegremente, al menos a principio, por todas las líneas temporales. Es una onda expansiva que no se detuvo, que ya ha aniquilado la sagrada complejidad que alguna vez albergaron los senderos innúmeros del tiempo y del espacio, desarbolándolos hasta la forma rudimentaria en que hoy los conocemos y en la que aún los vamos conociendo, más y más destruidos mientras nos internamos en ese futuro que va estrechándose progresiva, aceleradamente, hasta que algún día termine por aniquilarnos.
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REFUTACIÓN DE UNA REFUTACIÓN
Una paradoja ya clásica trata de convencernos de que los viajes en el tiempo jamás tendrán lugar, aduciendo que, si fueran posibles en algún momento del futuro, habríamos estado recibiendo hordas de turistas temporales a lo largo de la historia. Pero esta paradoja obvia dos aspectos: el primero, el gran cuidado con que son realizadas tales incursiones desde el futuro, observando estrictas leyes de camuflaje y no injerencia en el pasado; el segundo, no tan amable, atañe a los casos de viajeros menos dispuestos a cumplir con las leyes, y prevé por todas las líneas temporales, apostados en sus puntos más estratégicos, eficientes francotiradores.
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VIAJEROS TEMPORALES
Uno de esos tipos con pinta de estar bastante perdidos se me ha acercado hoy, tambaleándose, y se me ha echado casi encima para preguntarme con los ojos como platos: -¿En qué… año estamos?Antes de alejarme calle abajo, confieso haber sentido ganas de golpearlo, Pero también he sentido una súbita compasión al recordar las palizas frecuente de las que son víctimas los viajeros temporales perdidos como él. Constituyen una epidemia, es enervante de verdad. Están por todas partes, babeantes e inútiles, con sus aires de inevitabilidad y preguntando por la fecha al primero que les sale al paso. Proceden de los primeros años del cronoviaje, cuando aún no había una regulación en firme sobre tales saltos. Cuando al fin llegaron las leyes y las prohibiciones, trataron de recuperar a todos los pioneros que se habían multiplicado descontrolados en las ruletas de las líneas temporales. Y así se descubrió que era imposible, pues habían entrado para siempre en el continuo temporal: trataban de capturarlos desde un presente que es ya para siempre su futuro. Se dio algún caso de ejecución sumaria que avergonzó a toda la sociedad, pero ellos ya habían quedado reflejados en el salón de espejos del multiverso, la corriente infinito del tiempo; y de forma periódica, preguntando en qué año están, que dónde están, y con ese aire desorientado, exasperante, acaban llegando a todo tiempo, a todas partes.
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ELLA ABRE LA PUERTA
Gira varias veces la llave antes de que la puerta pueda abrirse. Y se abre: la veo envuelta en su albornoz, o es una toalla. Debajo está desnuda. Mojada todavía por el agua de la ducha. No me reconoce, al menos al principio. Ruego por que lo haga enseguida. De dónde vengo, puedo imaginar que me pregunta, pero no que me pregunte quién soy, eso sería regresar a un inicio demasiado demorado en el tiempo y no tendría fuerzas para atravesar aún más tiempo, esforzándome por remontar el curso habitual de tiempo, ni siquiera tengo tiempo de hacerlo. -Vengo desde muy lejos -digo. Trato de hablar despacio, de una manera que resulte inteligible para ella, que ella me vea tranquilo. -Necesito que me recuerdes -continúo. Ella duda, lucha por no alarmarse ante este desconocido. Forcejea disimuladamente con la laxitud de la toalla que la cubre, para restablecer esa tensión que la cubre y la viste de manera precaria: me proporciona un último vistazo a esa intimidad nuestra que acaso no se repita jamás. Cubre el cuerpo desnudo que yo había acariciado tantas veces en el futuro. Ella duda. Definitivamente, duda.
Y yo empiezo a desaparecer.