Revista Talentos

Cuatro estaciones en un día

Publicado el 05 agosto 2015 por Nuria Caparrós Mallart @letrasyvidas

El verano es la época que nos permite dar un salto a cierta distancia de nuestra rutina diaria. La rutina es una palabra asociada normalmente a ciertas pautas de comportamiento repetidas y al desarrollo de actividades que realizamos de manera regular. Habrá quien asocie la rutina al aburrimiento o a un ritmo de vida estancado. Sin embargo, todo depende siempre del cristal a través del que se mira. Nada en la vida es rutinario cuando eres capaz de ver la belleza incluso en las cosas más simples y cotidianas o cuando tienes la capacidad de sorprenderte por cualquier situación que regrese y que hayas vivido antes. A veces es cuestión de ver un poco más allá de lo que tenemos enfrente para descubrir un mundo de infinitas posibilidades. A veces, es bueno perderse unos días y apreciar la importancia de ese cambio repentino y, en mi caso, muy poco planeado.

Unos días junto al mar me han permitido ver con otros ojos lo que tenía delante y la vida que había dejado atrás: la pareja, la ciudad, el trabajo, las obligaciones y quehaceres diarios, ciertas relaciones, las pérdidas personales, mi hogar y en definitiva, la mujer que soy en medio de ese caos tan necesario. Por cierto que recordé las ganas que tengo de leer a Albert Espinosa en su última novela El mundo azul: ama tu caos.

En este mundo que compartimos hay tantas personas como maneras de vivir y entender la vida. La playa y las gentes que la habitan te enseñan que lo que para muchos es un modo de vida gratificante, relajado, aventurero y exótico, para otros es una experiencia asfixiante, aburrida, poco original y extremadamente relajante. Incluso se puede añorar la vida vieja de la que se huyó. Lo bueno de todo esto es comprender que no hay un solo modo de vivir ni de guiñar al destino. Hay personas que de todo hacen un drama y otras que convierten el drama en la mejor historia que podría vivirse.

Muchas veces nos ahogamos en problemas imaginarios y en circunstancias que asumimos que derivarán en una u otra manera atrayendo todo un manantial de tragedia a nuestra vida. Muchos deberían ganarse un óscar a la película mejor montada del año. Como sea, me doy cuenta de que la queja es un mal común en esta sociedad contemporánea, podría decirse que hasta un hábito y una excusa para dejar de hacer las cosas que realmente queremos o salir de la zona de “confort” en la que nos acomodamos. Es un confort ilusorio obviamente, porque nos pasamos la vida renegando de cómo estamos y de las cosas que nos pasan. Se trata de buscar un culpable siempre, un enemigo (o varios) que sea el causante único de todos nuestros problemas. “Adivina qué” susurra la vida, “tienes razón, hay un culpable, un enemigo real, el peor de todos, se llama tú”.

El mar es un gran maestro. Tuve la oportunidad de sumergirme en él con la radiante luna llena del 31 de julio iluminándolo. Ahí se quedaron todas las cosas que el mar sabía que ya no necesitaba y le pedí al universo que abriera el paso a los vientos de una vida nueva. Las olas rugían con fuerza pero eso no me impidió nadar entre ellas y fluir, fluir a pesar de todo, confiar y seguir. Seguir y escribir, compartir…

La naturaleza es sabia y es un regalo al alcance de todos. El mejor tributo que podemos ofrecerle es disfrutarla, con respeto y amor, con delicadeza. Ese tributo va de vuelta así que disfrútate, ámate con respeto, con delicadeza.

Nuestra madre tierra tiene mucho que mostrarnos y siempre nos da, a manos llenas. Es una oportunidad para creer que esta vida, la de hoy, la de ahora, la tuya, es la mejor que pudieras tener. Nos enseña sobre el arte de la paciencia, la magia y sobre ponerle alegría y entusiasmo a las cosas que hagamos. Nos invita a querer ser mejores, a fijar la vista en los demás de vez en cuando y a agradecer a la vida su presencia en las nuestras. No hay nada diseñado ni creado al azar, tú tampoco. Mientras respires, vive, no te canses de hacerlo. Aunque el verano te queme las alas o el frío invierno te hiele las ganas. Reposa en la brisa fresca de otoño, florece en primavera… Cuatro estaciones en un día, pero solo una vida.

© Nuria Caparrós Mallart


Cuatro estaciones en un día

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