En el metro que se dirige lentamente al aeropuerto de una gran ciudad se suelen juntar personas de distinta calaña. Entre los foráneos, los nacionales y los que no saben donde van o qué les espera allí el viaje es de todo menos placentero. Los sueños de los viajeros se unen a la pena del que se marcha, la alegría del que va a buscar a alguien se une con el llanto del que abandona la ciudad.
Recientemente me encontré en esa situación y la tensa calma del viaje la rompió la música de un acordeón. Un hombre fornido de algún país eslavo entró en el vagón. Su corpulencia impresionaba así como su cara, amable y ajada por la vida a partes iguales. Tras colocarse su instrumento y empezar a tocar una norteamericana, Snooki look a like, se puso a bailar y a hacer el payaso jaleada por su amiga.
El señor seguía tocando, con más voluntad que acierto, una irreconocible melodía y mientras todos buscábamos alguna moneda para darle al músico, la americana seguía haciendo el imbécil. El tango llegó a su fin y el señor le pidió a la americana una moneda a cambio de haber sido el objeto de las burlas de la citada, pues bien, la señora se ofendió por la petición y el músico le espetó un "¡Cucaracha!" que terminó en aplausos del vagón. Jamás nadie, a pesar de su situación, había sacado su dignidad a pasear con tanta franqueza.