Revista Talentos

Cuchillo

Publicado el 22 febrero 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
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Rubén  Fermíndez  de Amenábar, gran señor de la exclusiva Buenos Aires oculta, reservada para mortales que simplemente pertenecen. Lugar con puente aéreo entre el campo y el departamento, entre la reunión social, el té y la presentación en sociedad. Ruben, Pocho como se lo conoce , se enamoró de una doméstica, imposible mancillar de tal manera el apellido Amenabar que había peleado en batallas por la independencia, por la razón y por intereses durante la joven historia de la República.


No era un affaire, Pocho lo había dejado claro una de esas tardes calurosas y secas donde las vacas parecen tener peor olor. Lo hizo ante la intensa mirada de doña Mercedes Correa de las Cañas Pasares,de  la joven curvilínea María del Pilar, pretendiente del hombre de mundo, de su propia madre señora de Amenábar, peones, capataces, de un puñado de escritores noveles, críticos de cine y artes misceláneas.
La bella paraguayita, Inés Riquelme, vergüenza encima, educaciòn y valor de sangre guaraní, había llamado la atención del gentleman al desenlace de una noche bien provista de cocaìna y vinos caros. Afiebrado el hombre, fue rescatado por el ángel vestido de blanco y negro, quien lo arropó, limpió el vómito de la camisa de seda y el chaleco y puso con su mano laboriosa un pañuelo frío en la frente del ejemplo de la familia. Luego, charlas, declaraciones de amor a lo Flaubert, tardes de blanco contando la decadencia de un mundo que aún guarda recovecos para la decencia, la barbarie argentina que no ve su sangre correr en cada cosecha y la falta de charme. Encuentros fogosos donde la bravía obstinación de la parte Fermindez de la familia, cuando no, se hacía presente en un concierto de estocadas y  roces firmes.
El Buenos Aires secreto estaba revuelto, las palabras corrían con altura lesionando el altar lleno de retratos vencedores, manos que fundaron la patria, cosas que no se dicen por lo alto pero que hieren, que persiguen. Rubén se mantenía dispuesto a luchar por la felicidad, se mostraba con la Inés en lugares demasiado públicos, hasta se cree que la llevó a conocer Burdeos, lo cual cuenta únicamente como rumor.
Parte de la barra, enterada de la afrenta , amagando con aprobar a Pocho, lo citó en el Jockey Club. En una jugada vieja como el cepillo de dientes, dejaron al galán en una cita con la cada vez más bella y con más apuros de arroz, María del Pilar. Pocho, manteniendo la elegancia que lo llevó a ser huésped de honor en varios califatos, mantuvo a raya a la joven fogosa y risueña. Acompañó a la muchacha en su coupe hasta su residencia y corrió a los brazos de la Inés que lo esperaba maltratando a la nueva empleada. El grito de Inés a la esmirriada, dió a Ruben la certeza de que por esa mujer estaba enraizada la alcurnia de alguna manera.
Librada la batalla de clase, en la que se optó por la amnesia, el momento de conocer a la familia de Inesita llegó. Ninguno de ellos usaba los cubiertos de manera correcta. El Pocho obsequió unos caballos nuevos para el carro en muestra de gratitud por la muchacha, el padre no quiso aceptar, pero la madre, embelezada por la pinta del joven,les dió de comer una alfalfa que guardaba de un amorío con un jockey, el cual no viene a la memoria del caballero que relata. Allí mismo Amenábar pidió la mano de la Inesita, un anillo enorme reflejaba la salamandra que acompañaba el invierno. Salieron de la mano, el chofer mulato esperaba en la puerta pitando unos imparciales. Un mocito, de apellido Gómez, con fama de compadrito en San telmo interceptó a la joven pareja, ines se tapó la cara con el abanico.
-Me parece que tenés algo que no es tuyo pitucón. La mina es mía y ella lo sabe
El mulato, conocedor, rajó. El mozo desenvainó su metal no sin antes facilitar uno al caballero.
-¿Será que usted quiere mis sobras? ( Brotó la sangre Fermíndez de la boca del engominado galán)
Los cuerpos se trenzaron con tal habilidad que ambos cuerpos tocaron el suelo en pocos segundos. La sangre de los dos se mezcló en una pequeña zanja. Los vecinos salieron de pensiones y conventillos , algunas mujeres gritaban, los hombres en cambio comentaban la pelea. Inés se tendió a los pies de su amado al cual unos choros habían limpiado de pertenencias
En los diarios el día siguiente ambas sangres seguían mezcladas en los avisos fúnebres. Ambas clases enterraron a sus héroes con honores, uno por morir como un hombre de la familia Fermíndez, sin esquivar el bulto. El otro por evitar que alguien se lleve a una mina del barrio. Nadie indagó sobre el pasado de Inés, si le pertenecía al mozo o sólo fue un argumento vil del pendenciero para buscar camorra.
El tiempo fue borrando esta historia de amor por no tener final feliz, relatos de encuentros de princesas y mendigos o de talleristas italianos y universitarias la fueron reemplazando con justicia. Aunque resulte fatal que la memoria sólo la decida puntería de un cuchillo.

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