Cuenca es una ciudad pequeña. O un pueblo grande. Pero un pueblo grande precioso.Está llena de parques, de sendas verdes, de ríos y riachuelos, de banquitos a la sombra para leer. Conserva ese aire castellano con calles empedradas y frescas repletas de iglesias y de mil placitas donde de vez en cuando se celebran las verbenas y las familias enteras salen a bailar. No sé si bailan pasodobles o chotis o qué, pero bailan porque lo he visto en fotos.
Cuenca es ir en coche a todas partes porque podemos aparcar en la misma puerta. Y si es zona azul no importa, porque son 20 céntimos la hora.Y si no es zona azul, sino que ni siquiera hay plaza de aparcamiento porque estamos en la plaza principal justo delante de la catedral, nos la inventamos porque "antes de las 5 de la tarde no pasa nada".
Cuenca es familiar, acogedora, modesta. Es pequeña pero tiene de todo; eso sí, tiene una unidad de cada cosa: UN banco Santander, UN Foster's Hollywood, UN centro comercial, UNA oficina del Inem, UNA oficina de Correos, etc. Lo único que no tiene es un Corte Inglés, lo que sin duda le baja muchos puntos como ciudad en la escala de chachitud de mi tía Carmen.
Cuenca tiene expedientes-x, muchos. Tiene restaurantes chinos decorados con enanitos de Blancanieves y banderillas de fútbol; una calle peatonal donde han tapado la mitad, justo la mitad del suelo, con maderas... por vete a saber qué razón; sendas oscuras entre pinares donde se han visto ovnis abduciendo vacas; un cimborrio raro en lo alto de un monte que ellos dicen ser un Cristo o una Virgen (no me acuerdo, yo estaba en shock cuando me lo explicaron) pero que sin duda es un reclamo-radiofrecuencia alien; conejas gigantes mutantes; un puente del mal desde el que se suicida la peña como churros mientras tú haces fotos tranquilamente al lado; un monte con unos ojos enormes y horribles pintados que son "Los Ojos de la Mora", una leyenda muy bonita de una mujer árabe que en la Reconquista quiso esconderse en una cueva de esa montaña para morir mirando pa Cuenca. Literalmente.
Cuenca son desayuncacos con tortitas o tartas artesanas, son paseos entre matorrales aromáticos o bajo una hilera de chopos multicolores, son playas fluviales que, aunque a algunas (no miro a nadie) no les gusten, molan. Son botas y chaquetita en septiembre, mientras en el resto de España siguen asfixiados. Es un frío de la leche en invierno, cuando sin duda no se verán mis rizos por allí.
Cuenca son vericuetos. Casas colgadas, que no colgantes. Son bombones que pueden pasar. Son true gamer girls. Son gatos-mopa preciosos que se te refriegan buscando caricias y que te pegan la nariz helada si no les haces caso. Son tortillas de madre. Son cuenquitos de agua repartidos estratégicamente por toda una casa. Son Luceras. Son colecciones infinitas de cuadernos preciosos. Son gintonics deluxe entre famosos del rock. Son fanses aférrimos de la Semana Santa. Son hermanos y mejores amigos. Son pueblitos de postal con una iglesia románica en lo alto. Son kebabs de viernes. O de martes. O de cuando no se quiera cocinar la cena. Pero fríos, eso sí :P
Cuenca es Casiopea. Y Casiopea es Berta, mi amiga, la última romántica. La mujer que sabe encontrar el bonitismo en las cosas y en los lugares más inesperados. La mujer de ojazos tristes que sigue creyendo en hadas y en finales felices, aunque después escriba sobre asesinatos sangrientos para hacerse la dura. La mujer que se merece ser feliz, y que sin duda va por buen camino para conseguirlo.
Gracias por esos cuatro días, Berta. Después de mí, eres la mejor guía turística del mundo ;)Y todavía no tengo claro si Cuenca de verdad existe o si me habéis implantado un chip con memoria artificial, pero por lo que creo recordar, ha sido un gran viaje.
Te esperamos en Málaga, que aquí también tenemos muchos expedientes-x que enseñarte.
P.D: por favor, ahora que he dicho muchas cosas bonitas sobre Cuenca, a ver si los conquenses enfurecidos de los comentarios de mi post CUENCA NO EXISTE me sacan de sus listas negras y puedo volver a salir a la calle sin escolta.