Revista Literatura
“No hay nada como un buen principio.” Pensaba ella mientras miraba la pantalla en blanco. Sus dedos estaban inquietos sobre las teclas, listos para moverse con agilidad cuando las palabras empezaran a fluir. “Pero, por otro lado, ¡qué difícil es tener un buen principio!” Echó la cabeza para atrás, tenía el cuello algo tieso de tanto mirar la pantalla de su computador. El techo del estudio era blanco, blanco como la hoja de Word... “¿Por qué tendré un techo tan blanco?” se preguntó asombrada. “Blaancoo…” Casi podía ver la delgada línea negra titilando, esperando a que escribiera en el techo.
Suspiró y se levantó del escritorio. “Así no hay como.” pensó. Guardó las llaves en el bolsillo y salió. No tenía un rumbo fijo, sólo caminaba por ahí, mirando los rostros de las personas. Había algo en eso que le fascinaba. Tal vez era la variedad, ¿o serían las semejanzas? Quizá era la forma en que la luz daba esculpía las formas y los rasgos, ¿o era la misma existencia de tales cosas? Probablemente era todo.
De cualquier forma esa fascinación la llevaba a pensar en sus personajes. Vivía como enamorada de ellos y ellas, porque los veía todo el tiempo en la calle: en rostros ajenos. Miró un hombre que pasaba cerca de ella, bajito, de pelo negro y ojos profundos, hundidos en el rostro, con una mirada astuta, ropa limpia y barba bien hecha. Ese era su asesino, frío para matar, pero muy hablador y extrovertido para socializar. Como un camaleón se adapta, hasta que conoce al detective. “¿Y el detective?” pensó.
“¿Será un hombre o una mujer?” Esa siempre era la primera decisión: ¿Hombre o mujer? “Mujer, a nosotras se nos da más fácil entender a las personas más allá de lo que aparentan.” ¿Humano u otra raza? “Podría ser un demonio. Si, eso lo hará más interesante...” ¿Edad? “Hmm... si es un demonio, tendrá ya miles de años, pero aparentará 30.” ¿Hobbies? “Colecciona huesos, de todo tipo. Sale a trotar todas las mañanas, parte del entrenamiento de detective, pero esto si le gusta. Adora las serpientes, odia los gatos. Gusta de la comida con poco condimento.” ¿Objetivo? “Está buscando un objeto. Algo que un humano le robó hace años.” ¡Y bingo! Ella es. La chica de pelo oscuro, lacio, largo, vestida formalmente, labios finos, nariz respingada, ojos feos. “Después de todo, dicen que los ojos son las ventanas del alma.” Pensó.
Se quedó quieta. Las palabras “ojos” y “apariencias”, daban vueltas en su cabeza. Sus ojos se movían de un lado a otro inconscientemente, hasta que se quedaron quietos. Salió corriendo de el lugar en donde estaba. Llegó aún corriendo a su casa, al estudio, a la pantalla en blanco. Y las letras empezaron a aparecer en el computador como por arte de magia: “Cuando él la vio por la calle, no le pareció bonita ni amenazadora, pero sintió un escalofrío. Era muy raro en un asesino como él, y supo que debía tener cuidado, porque las apariencias engañan al ojo, pero no al corazón.”
Se detuvo sólo un segundo, para admirar la belleza de sus palabras llenando el espacio en blanco y para recordar porque el techo era blanco. Después de eso continuó y ya no se detuvo.