Hace tiempos que le observaba aunque ella nunca le veía. La veía desde el desayuno hasta que estaba dormida en su cama. No había nada en el mundo que le deleitara más y a la vez le causara tanto tormento. Pero lo peor ocurrió una noche de año nuevo.
Yo estaba esperando a que ella llegara, cuando alguien más entró. Un amigo suyo que sufría de un grave caso de depresión y que siempre estuvo enamorado de ella en secreto. Lo vi sentarse en la sala a oscura, dejó las llaves sobre la mesa de té y observó la puerta. Tenía algo en los bolsillos, pues sus manos no paraban de registrarlos nerviosas. No me daba buena espina todo eso, ojala ella no llegara, se quedara donde sus amigas o algo así.
Pero no. La puerta se abrió y entró ella. Como siempre su presencia era mi luz en una oscuridad quizá más espesa que la de su amigo.
- ¡Eric! –dijo ella bastante sorprendida- ¿Qué haces aquí? Hace tiempo que no sé nada de ti.
El hombre sonrió y por un momento pareció olvidar algo de su carga.
- Si… he estado algo perdido. Creo que me iré de viaje y venía a despedirme tal vez.
- ¿Tal vez?
La vi a ella, mientras él le confesaba su amor. La vi mientras afloraban en su rostro viejas heridas. La vi y ya no quise ver más por saberme culpable.
Eric también pareció notarlo, pues dijo:
- ¿No crees que ya es tiempo de olvidarlo?
Palabras mágicas para Isabel, podía reaccionar como tigre ante ellas.
- Vete Eric, que tengas buen viaje –lo dijo con un tono frío y duro.
El rostro de él parecía enfrentar una difícil decisión.
- Isabel, ya han pasado casi cinco años. ¿No te sientes sola después de tanto tiempo?
Las manos de él volvieron a sus bolsillos. Tomó aquello con lo que había estado jugando.
- No. Ya puedes irte.
Él la miró. Fue sólo un segundo, pero supe que había decidido que iba a hacer. Y sacó el objeto de su bolsillo. Y yo la miré. Lo siguiente que escuché fue un disparo, seguido de otro y otro y otro.
Los reflejos de colores entraron por la ventana, como lluvia luminosa, mientras afuera reventaban fuegos pirotécnicos. Eric tenía una pequeña rosa en la mano.
- Me iba a ir si decías que no. Y te la iba a dar si decías que si. No pensé que aunque me dijeras que no, iba a seguir sintiendo lo mismo por ti -vi como le dio la rosa-. Espero que cambies de opinión. Él ya murió y seguro que quería que seas feliz.
“En eso estoy de acuerdo” pensé.