Me encanta Manuel Vicent. El otro día escribió un estupendo cuento en EL PAÍS, que os animo a que leáis (clicad aquí).
Resumo por si no habéis clicado: Fue al Museo Oteiza de Alzuza (Navarra) y vio una caja metafísica de la que salía un hilo vertical delicadísimo, hasta el techo. Un hilo sutil minimalista que en realidad era una telaraña.
La trampa le habría encantado a Oteiza: una verdaera trampa metafísica.
Un mosquito quedó prendido del hilo, y la araña salió presta a matarlo y a comérselo.
Pero en el último momento el mosquito logró escapar y se refugió en el interior de la caja de Oteiza.
La araña, seguramente heredera de la sensibilidad cromlech del alma vasca, no osó entrar en la caja. Recorrió estupefacta el hilo y, al no hallar al mosquito, volvió a subir hasta el techo. Desistió.
El mosquito halló la salvación (en este caso no solo espiritual, sino también física) en el interior del espacio vacío, del espacio sagrado.
Vicent dice que pensó que el arte o la metafísica servían para algo si habían salvado la vida de un mosquito.
Y yo creo que esa "trampa para Dios", como Oteiza llamaba a esos vacíos que servían para salvar espiritualmente la tragedia, acababa de ser una trampa a la vez que una salvación para el mosquito, que abandonaba una dimensión de la vida (una dimensión trágica) para entrar en otra (antitrágica, de espacio sin tiempo, de aislamiento espacial sin tragedia). Y que la araña se quedaba fuera del cromlech rezando a su manera, como el cazador vasco prehistórico, que se quedaba fuera del cromlech sin profanarlo; como Velázquez, que, estando dentro, se asoma desde fuera al lío de Las Meninas; como Cervantes, que se asoma al Quijote también desde fuera.
La araña es un ser religioso, y el mosquito un ser trascendido, salvado en cuerpo y alma de la maldad y de la lucha por la vida. Y Oteiza desde sabe Dios dónde se troncha de risa, y da gritos como un niño entusiasmado.
¡Se ha salvado! ¡Se ha salvado!