Revista Literatura

Cuento: 'El monte de las ánimas' de Gustavo Adolfo Bécquer

Publicado el 04 enero 2012 por Fesb2011 @visitantemalign

04 de Enero de 2012
El monte de las ánimas

Gustavo Adolfo Bécquer     

La noche de difuntos me despertóa no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajoa la mente esta tradición que oí hace poco en Soria.  

Intenté dormir de nuevo;¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca yal que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla,como en efecto lo hice.  

Yo la oí en el mismo lugar enque acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuandosentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de lanoche.   Sea de ello lo que quiera, ahíva, como el caballo de copas.

I  

-Atad los perros; haced la señalcon las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a laciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte delas Ánimas.  

-¡Tan pronto!  

-A ser otro día, no dejara yo deconcluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de susmadrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en losTemplarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en lacapilla del monte.  

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah!¿Quieres asustarme?  

-No, hermosa prima; tú ignorascuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desdemuy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dureel camino te contaré esa historia.  

Los pajes se reunieron enalegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron ensus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso,que precedían la comitiva a bastante distancia.  

Mientras duraba el camino,Alonso narró en estos términos la prometida historia:  

-Ese monte que hoy llaman de lasÁnimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen delrío. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria alos árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudadpor la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles deCastilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.  

Entre los caballeros de la nuevay poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, yestalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, dondereservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a susplaceres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, apesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamabana sus enemigos.  

Cundió la voz del reto, y nadafue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeñode estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron deella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraronsendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batallaespantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quisoexterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridaddel rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado,y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio seenterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.  

Desde entonces dicen que cuandollega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y quelas ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como enuna cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos bramanespantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otrodía se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies delos esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por esohe querido salir de él antes que cierre la noche.  

La relación de Alonso concluyójustamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso ala ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual,después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas yoscuras calles de Soria.

II  

Los servidores acababan delevantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes deAlcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas ycaballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el vientoazotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.  

Solas dos personas parecíanajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con losojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso mirabael reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.  

Ambos guardaban hacía rato unprofundo silencio.  

Las dueñas referían, a propósitode la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y losaparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias deSoria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.  

-Hermosa prima -exclamó al finAlonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos asepararnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, suscostumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que note gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejanoseñorío.  

Beatriz hizo un gesto de fríaindiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosacontracción de sus delgados labios.  

-Tal vez por la pompa de lacorte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. Deun modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos,quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo adar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a estatierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Quéhermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido elde una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevóal altar... ¿Lo quieres?  

-No sé en el tuyo -contestó lahermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo enun día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aúnpuede ir a Roma sin volver con las manos vacías.  

El acento helado con que Beatrizpronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarsedijo con tristeza:  

-Lo sé prima; pero hoy secelebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias ypresentes. ¿Quieres aceptar el mío?  

Beatriz se mordió ligeramentelos labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.  

Los dos jóvenes volvieron a quedarseen silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban debrujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de lasojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.  

Al cabo de algunos minutos, elinterrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:  

-Y antes de que concluya el díade Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sinatar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando unamirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por unpensamiento diabólico.  

-¿Por qué no? -exclamó éstallevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre laspliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con unainfantil expresión de sentimiento, añadió:  

-¿Te acuerdas de la banda azulque llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijisteque era la divisa de tu alma?  

-Sí.  

-Pues... ¡se ha perdido! Se haperdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.  

-¡Se ha perdido!, ¿y dónde?-preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptibleexpresión de temor y esperanza.  

-No sé.... en el monte acaso.  

-¡En el Monte de las Ánimas-murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de lasÁnimas!  

Luego prosiguió con vozentrecortada y sorda:  

-Tú lo sabes, porque lo habrásoído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de loscazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como misascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríosde mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisantus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco susguaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie ya caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro enninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a unafiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengomiedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero,las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos deentre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puedehelar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos oarrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja quearrastra el viento sin que se sepa adónde.  

Mientras el joven hablaba, unasonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando huboconcluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego delhogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:  

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Quélocura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, nochede difuntos, y cuajado el camino de lobos!  

Al decir esta última frase, larecargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda suamarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano porla frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en sucorazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aúninclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:  

-Adiós Beatriz, adiós... Hastapronto.  

-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta,volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, eljoven había desaparecido.  

A los pocos minutos se oyó elrumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radianteexpresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído aaquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.  

Las viejas, en tanto,continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidriosdel balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III  

Había pasado una hora, dos,tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a suoratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudierahaberlo hecho.   -¡Habrá tenido miedo! -exclamóla joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después dehaber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesiaconsagra en el día de difuntos a los que ya no existen.  

Después de haber apagado lalámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con unsueño inquieto, ligero, nervioso.  

Las doce sonaron en el reloj delPostigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas,sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellaspronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente.El viento gemía en los vidrios de la ventana.  

-Será el viento -dijo; yponiéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazónlatía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habíancrujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.  

Primero unas y luego las otrasmás cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando porsu orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo ycrispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silenciode la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridosde perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van yvienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiracionesfatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian lapresencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en laoscuridad.   Beatriz, inmóvil, temblorosa,adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía milruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada,silencio.   Veía, con esa fosforescencia dela pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todasdirecciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, lassombras impenetrables.  

-¡Bah! -exclamó, volviendo arecostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yotan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo unaarmadura, al oír una conseja de aparecidos?  

Y cerrando los ojos intentódormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió aincorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: lascolgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadaslentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casiimperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa comomadera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio queestaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándoseen la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.  

El aire azotaba los vidrios delbalcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono;los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanasde la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por lasánimas de los difuntos.   Así pasó una hora, dos, lanoche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al findespuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primerosrayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tanhermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, yya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor fríocubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró susmejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la bandaazul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.  

Cuando sus servidores llegarondespavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a lamañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte delas Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una delas columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca;blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV  

Dicen que después de acaecidoeste suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salirdel Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo queviera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletosde los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio dela capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y,caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujerhermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, yarrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.


Volver a la Portada de Logo Paperblog