Esta es la secuencia eliminada (o relato descartado) de mi primer libro de relatos, “Cuento kilómetros”, que sale el 23 de abril con Eutelequia. Quería compartirlo.
Plaza Bib-rambla. Granada (España)
Puente en Madrid. Escapadita al Sur. Linares, Baeza, Úbeda, Córdoba y Granada son nuestros destinos. Mi madre me habla de un viaje al Sur en 1985. Casi no me acuerdo. Sólo de flashes, destellos. Fotogramas sin continuidad. Cuando alguien ve un vídeo doméstico revive secuencias enteras, cuando ve fotos, en cambio, sólo fotogramas, segundos, instantes. Recuerdo una foto que me hicieron mis padres en Córdoba, junto a la estatua de Maimónides. Recuerdo otra en Estepona. La tengo muy presente porque la he visto muchas veces. Típica foto que estuvo durante años en un marco o colgada en alguna pared o algo así. La camiseta que llevo era una de mis favoritas. Tenía un ancla a la altura del pecho y, por entonces, debía ser muy fashion. Hoy día resulta hortera. Ochentera, claro. Entonces, como si la camiseta cobrara vida, mi mente se ilumina. ¡Cómo luché por aquella camiseta!, ¡qué ilusión me hizo tenerla! Miro un mapa de carreteras y mi vida pasada, mis recuerdos, echan a andar como si fueran un rollo de celuloide. Me acuerdo de aquel viaje con claridad. Estuvimos en Ronda, en su plaza de toros. Mi abuelo me hizo una broma mientras posaba delante de los toriles para una foto. Mi abuelo aparece en mis recuerdos como era entonces, joven, sin el pelo blanco, sin las dificultades motrices que hoy tiene. Me dijo: ¡cuidado, que sale un toro! Y entonces eché a correr desesperado. La foto plasmó ese recuerdo, ese movimiento. Hoy, como por arte de magia, recuerdo todo como si fuese un anciano a punto de morir. Cada plaza, cada esquina, cada rostro. Camino por la calle nutriéndome de las esencias del recuerdo. Un olor, un cielo al atardecer. Durante un rato viajo a todos los sitios por los que he pasado sin salir de Granada, como si lo multirracial de sus calles me ayudase a viajar por tiempos pretéritos. Cuando decido volver a la realidad y me oriento, me da la sensación de que mi vida, o una importante etapa de ella, ha terminado ya y que sólo puedo rememorarla a duras penas. No sé si ha sido el embrujo de la Alhambra, las esencias, el olor a cuero e incienso que hay por las calles o qué, pero este viaje le da sentido a todo, a mi vida en la carretera. Una etapa del puzle vital en el que se mezclan los recuerdos con la ilusión, la fantasía y la ficción. Porque las figuraciones empiezan donde acaba la memoria a corto plazo. Y lo demás es literatura.