Algunos cuentos de nuestra infancia nos recuerdan que hemos sido más querido de lo que nunca nos atrevimos a imaginar. Una mañana de verano, una joven gallina entró en la carnicería de Frasquillo Pimienta y pidió un cochinillo de Segovia y un jamón de Jabugo sin esperar que le tocara la vez, cosa que escandalizó a la clientela: el tío Tirisco Carriles, que trabaja de perchero de sus trajes y de chismoso, y la señora Gafas, que desempeña el oficio de intermediaria entre lo no visto y lo visto despacio, que tengo prisa para contarlo, y de alcahueta: "-¡Qué maleducada, ya no hay respeto, adónde iremos a parar!" dijeron-. Pero el dependiente de la carnicería Frasquillo Pimienta, poco amigo de correveidiles y de soplones, de trotaconventos y celestinas, cantó la gallina a los dos y les mandó callar diciendo: De joven se enseña la carne; de viejo, el traje; y atendió enseguida a la gallina. En pocos segundos, el tiempo que tardó de pesar la cochina y la marrana compra, se enamoró de ella. El amor cobra vida en los ojos y se consume en los oídos. Le pidió su mano, a lo cual contestó la gallina, sin dudar, poniéndole un huevo fresco en la suya...¿Qué creéis: fue un "sí" o un "no"? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?- Antes... ¿de qué? - preguntó el tío Tirisco Carriles, que usaba su reloj de oro para hacer hoyos en el suelo-.
Colaboración del blog "Sin voluntad de permanencia. La última frontera"
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