Cuentos

Publicado el 19 diciembre 2010 por Angeles

¡Corre!
Yo corría al límite de mis fuerzas, pero se acercaban cada vez más.
Estaba seguro de que alguno de ellos me alcanzaría en cualquier momento y sentí pánico.
Me decía a mí mismo: “Corre y no pienses en nada más. ¡Corre!”, pero ya me fallaban las piernas, me sentía sin fuerzas.
No quería mirar hacia atrás, por miedo a ver cómo avanzaban hacia mí, pero al mismo tiempo quería saber si aún tenía alguna posibilidad de librarme de ellos.
Volví la cabeza un instante y vi que alguno se había quedado  atrás, pero los demás seguían detrás de mí, acortando la distancia.
Hubo un momento en que estuve a punto de desistir, de rendirme. Quería dejarme caer, agotado, y darlo todo por perdido. “Y que sea lo que Dios quiera”, pensé.
Pero entonces oí una voz en mi cabeza que decía: “No has llegado hasta aquí para abandonar ahora. Si te han de cazar, que te cacen, pero no te entregues tú mismo”.
Así que hice un último esfuerzo, no sé cómo, y conseguí distanciarme algo más, hasta llegar a la meta.
La ansiada medalla de oro ya era mía.


Los achaques de la edad

Durante la cena de la noche anterior, el conde había perdido un colmillo. ‘Los siglos no pasan en balde’, se dijo, mientras marcaba el teléfono de Corporación Bucodental.

El matón del instituto


Durante el verano se había producido un gran cambio en la vida del matón.
Y aquel día, el primero del nuevo curso, cambió la de todos nosotros.
Entró en el aula y plantándose delante de todos, dijo:-A partir de ahora esto es lo que hay…Y, con una pícara sonrisita y agitando un dedo amenazante, añadió:-Y no quiero ni una bromita…
Entonces se dirigió a su pupitre, al fondo de la clase, mientras lo seguíamos con la mirada, atónitos. Creo que lo que más nos sorprendió a todos fue lo bien que andaba con aquellos taconazos.