La espera rinde sus frutos, se dice por ahí, y es hora de que las páginas de esta bitácora se hagan eco permanente del otrora floreciente movimiento canterburiano que tanto ha dejado para el rock inglés... y de todo el mundo.
Ausente con aviso de "Obertura para Melómanos Elegidos", el sonido de Canterbury tendrá ahora la oportunidad de ser evocado con un repaso de sus máximos cultores y la revisión de sus discos a través de posts recién escritos, amenos e informativos.
No es tarea sencilla e iremos avanzando de a poco, generalmente intercalando posts entre otros correspondientes a tópicos que nada tienen que ver con el Canterbury Sound, pero sí intentaremos darle al movimiento el espacio que no todos le dan, menos aún en el idioma del amigo Cervantes.
Estos "Cuentos de Canterbury" se adueñarán pues de varios capítulos, que iremos adicionando a medida que vayan surgiendo de este teclado.
¿Listos?
Ya desde los primeros posts de "Bitácora Progresiva" nos procuramos un boleto virtual rumbo a Canterbury para inmiscuirnos en esa particular cultura musical acunada precisamente en este legendario epicentro de peregrinaje cristiano durante la época medieval.
No es que hoy, varios siglos después, Canterbury haya evolucionado en una urbe de grandes proporciones. Por el contrario, su población actual ni siquiera llega a los 50.000 habitantes. Mas al margen de su rica historia secular, sus catedrales, sus santos, sus universidades y teatros, Canterbury ostenta el orgullo de un singular aporte a la música contemporánea surgido de su propia tierra y que desde los primeros años de la década del ’60 prometía un cariz único.
Embebido en las más puras raíces del pop y el rhythm and blues con una moderada carga jazzística, a priori nadie lograría encarrilar estas características fundamentalmente americanas con uno de los estilos sonoros más británicos que haya dado el rock. Pero la fusión de corrientes musicales y literarias que tuvo lugar en el poderoso crisol canterburiano dio origen a una formidable mixtura que no dejó nada afuera: rock, pop, blues, jazz, psicodelia, folk, clásico y poesía dadaísta.
Notable, sin embargo, el aditamento de las palabras en el sonido de Canterbury constituiría un elemento clave hasta comienzos de los ’70, el que más tarde iría menguando de a poco hasta llegar a grupos y discos eminentemente instrumentales hacia mediados-fines de esa década.
Sorprendente también es la anécdota que rodea a los mentores de esta original factoría. Porque la estructura de uno de los sonidos más poderosos y típicamente ingleses que hayan inundado el pentagrama mundial descansa sobre los hombros de un aventurero australiano y un oscuro grupejo de nombre extravagante que no sobrevivió ni siquiera para grabar un disco.
Pero es precisamente a partir de Daevid Allen y The Wilde Flowers donde comienzan nuestros Cuentos de Canterbury.
- Daevid Allen, el beatnik rebelde
- Las Flores Silvestres de Oscar Wilde