CUENTOS DE F. SOCTT FITZGERALD
«Sé que algo existió».
Editorial Planeta, Austral Cuentos, 2021.
En los Cuentos de F. Scott Fitzgerald hay un deje nostálgico por una forma de vida que la modernidad aniquiló. Hay, en los relatos recogidos en el libro que hoy reseño, una crítica a una sociedad entregada al consumo y al placer, a una humanidad que consiguió que su presente sedara, a base de euforia, cualquier interés por el futuro o por el pasado, evitando el dolor que conlleva toda preocupación.
¡Vivir, vivir, vivir! ¡Vivir sin cuestionarse la responsabilidad que tenemos en lo que hacemos!, este parece ser que fue el eslogan del tiempo de entreguerras.
La literatura de F. Scott Fitzgerald (1896-1940) está estrechamente vinculada a su historia personal, de modo que los acontecimientos que sacudieron su mundo tienen voz en sus cuentos y novelas. Es su literatura una crónica social, capaz de trasladar al lector a un período rico en acontecimientos trascendentales.
Deténganse en el período en el que el autor estadounidense escribió. Es la era que inicia el ciclo en el que aún estamos: dos guerras mundiales, enlazadas por el no despreciable período de entreguerras, donde la moral y las costumbres tradicionales recibieron la puñalada mortal.
El momento de Fitzgerald es el del llamado Sueño Americano, que en su desbordamiento condujo a la Gran Depresión (1929-1939) y al final de la entusiasta y peligrosa ilusión de los años 20. Y es el del período en el que Estados Unidos aprueba el voto femenino, ratificado en el Congreso el 18 de agosto de 1920.
Fitzgerald con su esposa Zelda y su hija «Scottie» en París, ¿1924?
El tiempo del autor de El gran Gatsby (1925) es el del jazz, el de los gánsteres y sus guerras territoriales, el de la ola migratoria hacia la tierra que alardeaba de oportunidades económicas (finales del XIX y principios del XX), el de los casinos nocturnos, las flappers y el auge imparable de la maquinaria ideológica que es Hollywood.
Es el período de la Ley Seca (1920-1933) y su incapacidad para imponer la sobriedad. Es el tiempo que acalla para siempre al cine mudo y el que confunde la mente del hombre con perversa publicidad —la propaganda que simulaba potenciar la personalidad tenía, realmente, la misión de transformar la sociedad en rebaño.
Amigos, ¿se imaginan? Y este listado no es más que un breve resumen del tiovivo en el que cabalgó F. Scott Fitzgerald.
Cuentos de F. Scott Fitzgerald reúne cuatro narraciones ambientadas en el período de entreguerras: Bernice a lo garçon (1920); El palacio de hielo (1920); El niño bien (1926) y Retorno a Babilonia (1931).
Los relatos nos ofrecen una lectura ligera, entretenida y no ausente de ironía, a la vez que nos hacen reflexionar. En ellos ni los valores morales, ni la educación cívica, ni el saber son capaces de vencer el incontenible deseo de escandalizar, porque el escándalo aseguraba lo que importaba —y continúa importando—: la popularidad.
La lucha generacional, la mediocridad, la pérdida de identidad, las relaciones tóxicas, como la suya con Zelda, el alcoholismo, la ambición, la soledad, el roce entre el Norte (modernidad) y el Sur (tradicionalismo)… son temas recurrentes de una obra literaria que, por cierto, se alimentaba de los diarios de Zelda. En F. Scott Fitzgerald la naturaleza humana es motor de su escritura.
Ahora que llega el verano, imponiéndonos sus granizados y sus sombras bajo los pinos, es Cuentos de F. Scott Fitzgerald una dulce cereza a degustar.
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