Publicado el 02 septiembre 2014 por Enrique.arbe
@enriquearbe
Su cuerpo tenía una fuerte afinidad con todo cuerpo vivo, también con el de Askenasi; ambos se saludaban como dos conocidos desde el primer momento, desde aquella primera tarde, cuando la puerta de la habitación se cerró a sus espaldas; sin estallidos de alegría jubilosa, con la confianza de los miembros de una misma familia y la intimidad que caracteriza a las personas afines. Askenasi también formaba parte de aquel "círculo de afinidades"; tal vez por eso se había fijado en ella en la escalera del metro y por eso ella le había dicho "Venez"; pero es posible que entre los miembros de la amplia familia física de Eliz hubiera también hindúes, sarracenos y alemanes; cualquier persona que llevara en su cuerpo la respuesta a una pregunta, formaba parte de su parentela. En el amor era generosa y desinteresada, como si no le importara derrochar porque todo se queda "en familia". Para ella no existían horas reservadas al amor, la vida era una cita amorosa interminable que en ocasiones había que interrumpir brevemente debido a motivos externos. Askenasi sabía que si algún cuerpo podía darle la respuesta, ése sería el de Eliz. La aventura se había iniciado en una pensión con una mujer desconocida, y hasta ese momento él había entendido poco; después de tantas penurias -consideraba las penurias algo natural y las compartía con todas las personas civilizadas- había conocido a una mujer en cuya compañía pasaba menos penurias que anteriormente, y por eso no tenía ninguna razón especial para querer escapar de aquel encuentro; era eso lo que entendía, nada más. Pasaron meses antes de que empezara a sospechar que la aventura no era una habitación de hotel ni la satisfacción parcial que le brindaba Eliz; la aventura seguramente se iniciaría cuando el cuerpo yo no pudiera contestar a la pregunta que él no cesaba de formular ni siquiera cuando estaba en brazos de Eliz. Ella era una cicerone perseverante y lo había guiado hasta el límite del imperio del cuerpo, a través de selvas y precipicios; más allá no pudo llegar, se detuvo al bordear lo desconocido, dejándolo solo. La extraña Sandor Marai (Košice (Eslovaquia), 11 de abril de 1900 - San Diego (Estados Unidos), 21 de febrero de 1989)