Cada mañana se levantaba tan temprano como le era posible, por aquello de dar más oportunidades a las horas y de paso, al día. Vivía sola en su silencio, pero se sentía acompañada de esas otras voces envueltas en palabras de regalo, que sus redes le entregaban a diario: Buenos días, qué tal estás, cómo te va, qué haces, cuáles son tus planes, felicidades, enhorabuena…
Como una vela novel y blanca comenzaba a iluminarse y a iluminar por reflejo. Por reflejo y por coquetería, que todo hay que decirlo. Se entremezclaba con ellos, con los suyos, que aunque no lo eran del todo, así gustaba ella de mirarlos. Mensajes, noticias, recuerdos, consejos, caricias, abrazos, piropos, besos… Tantos detalles que mantenían la vela erguida, a pesar de los goterones de miedos, dolores y dudas que la rodeaban, constantes y empecinados.
Llegaba la tarde abriendo apetitos, y ella se servía su aperitivo preferido, regado con el mejor de los caldos: alegres párrafos para saborear, con un entrelineado contenido en la recámara para no hacer daño, pues la cera ya ardía a media asta, y aunque el ánimo no flaqueaba, sí lo hacían la conciencia y la sabiduría de un otoño. El suyo.
A través de la oscuridad repetida llegaban los juegos del gato y el ratón, de la lectura y la investigación médica -porque ignorar no la hacía más feliz-, y la vela se amarilleaba en la espera, sola un día más. Gotas vividas y disfrutadas, corrían a través de su cuerpo traslúcido casi, avisándola de la proximidad del final, y así, deseando unas últimas sílabas que la invitaran al mejor de los sueños, se iba apagando, despidiéndose de los suyos, que no lo eran del todo, pero así gustaba ella de sentirlos…
Ya en el dormitorio, hecha humo e imaginación, exhalaba un último suspiro de luz cargado de impaciencia, arropada con la esperanza de que al siguiente día, cuando volviera a encenderse con la primera claridad, todo resultara tan perfecto como lo era antes. Y aún mejor: sabía que si de nuevo no lo conseguía, sólo podía tratarse de una cuestión de tiempo. Cada mañana se levantaría -un día y otro- tan temprano como le fuera posible, como una vela novel y blanca…
