Dicen que para conocer realmente a alguien, debes conocer todos sus sueños. Yo no es que me conozca demasiado bien todavía pero, en estos veintiún años de relación que llevo conmigo misma, he podido tener acceso al menos a tres: estudiar filosofía, estudiar antropología y viajar a Nueva York.
Siempre he sido una persona curiosa, con muchas ganas de aprender sobre todo. De pequeña era la niña del “¿Por qué?”, y creo que lo sigo siendo, aunque con unos centímetros más y con el engorro de tener que usar sujetador. Cuando, ya en el instituto, empezaron a hablarme de los filósofos, esos amantes de la sabiduría, no pude sentirme más identificada. Yo era una de ellos y algún tendría un título en la pared que lo confirmaría. Pero… ¿Por qué no amar a la sabiduría viendo el amanecer dende el puente de Brooklyn, desayunando frente el escaparate de Tyfanny, paseando por Central Park, viendo un espectáculo en Broadway o yendo de compras en la Quinta Avenida? ¡Eso sería la ostia!
Al finalizar bachillerato allá por el año 2008, me encontré en una encrucijada: matricularme en filosofía y perseguir mis sueños o permanecer al lado de quien para mí, en esos momentos, era el motor principal de mi mundo. Escogí mal y meses más tarde, me encontré estudiando un carrera que detestaba y más sola que la una. La vida se había encargado de enseñarme, con unos métodos didácticos con los que no estoy muy de acuerdo, que nuestra felicidad no puede depender de nadie que no seamos nosotros mismos.
Te amarás sobre todas las cosas. Amén.
Ahora, rodeada de libros de historia, arte, ética, antropología… Sé que lo estoy consiguiendo. Como nueva e ilusionada estudiante de filosofía, con vistas a obtener una beca para “estudiar inglés” en Nueva York y más tarde proseguir mis estudios con antropología, puedo decir, que nada ni nadie, hará que vuelva a dejar mis sueños a un lado. ¡Luchad por los vuestros! ¡Se cumplen!