Ana reflexiona sobre la sensación de cumplir 50 y la frustración que supone darse cuenta de los errores cometidos en el pasado y el consiguiente desengaño existencial. No sé si esa crisis existencial sustituye a lo que antes se llamaba crisis de los 40, ya que cada vez alargamos más la juventud (mental y a veces física) y nos seguimos considerando jóvenes casi hasta la edad de jubilación, cuando hace décadas a las personas de cincuenta años se las consideraba de “mediana edad”, es decir, que ya empezaba la cuenta atrás una vez superada la mitad de la vida, y eso si todo iba bien.
Yo también he cruzado esa línea de la mitad de la vida, aunque siendo realista y dudando que vaya a vivir 100 años (simple estadística que no pesimismo) tengo claro que si fuera un video juego me quedaría así como un 40% de salud hasta el game over, y eso si no me peleo con ningún orco y sin posibilidad de ganar ninguna vida extra.
Leyendo a Ana reflexiono sobre mis 50 y reconozco que mi visión sobre mi pasado no es muy crítica. Construimos nuestra vida sobre un cúmulo de aciertos y errores, pero a la larga incluso los errores me han traído consecuencias positivas en mi presente, así que tengo pocas cosas de las que arrepentirme, quizás más de lo que no he hecho que de lo que hecho, bien o mal.
Durante un tiempo me costaba decir la edad que tenía, era una mezcla de coquetería y de vergüenza por envejecer, supongo que debido a ese exceso de presión que tenemos a nuestro alrededor en el que solo vale lo joven, la belleza, la piel tersa, la delgadez, y que la palabra juventud se utiliza como valor añadido en los productos; ese absurdo marketing que nos hace sentir culpables de cumplir con el ciclo natural de la vida, cuando tendríamos que estar orgullosos de cumplir años, seguir vivos y querer cada arruga y cada nuevo pliegue que nos demuestra que seguimos aquí, sobre todo para las mujeres, que lo de envejecer físicamente a los hombres se les perdona más.
Busco sinónimos de envejecer y el resultado es un poco sombrío: decaer, declinar, degenerar, perder, menguar, empeorar, gastar, arrugarse. Vamos, que hasta la RAE se empeña en que nos deprimamos una vez superamos el punto medio de la vida, algo que debería de cambiar antes de que los jubilados, que se convertirán en la población mayoritaria en unos años, anden tristes y decaídos por los parques esperando la muerte. Y espero que no sea vendiéndonos productos reconstituyentes energéticos para que podamos hacer parapente entre saltos de alegría, que tampoco hay que pasarse.
Según un estudio del INE dentro de unos 13 años en nuestro país residirán 11,3 millones de personas mayores de 64 años, casi 3 millones más que en la actualidad y en 50 años esa cifra se incrementaría hasta casi 16 millones. Actualmente el grupo de edad más numeroso es el de 35 a 39 años, en 2029 será el de 50 a 54 y para los que lleguen vivos al año 2064 triunfaran los de 85 a 89 años, donde la tercera edad podrá decir lo de “el mundo es nuestro”. Es decir que si no cambian las tendencias y debido a la baja natalidad, aumento de la emigración de gente joven y aumento de la esperanza de vida, lo de ser viejo dentro de unos años no se si estará mejor visto que ahora, pero espero que se valore mas. Que total, más tarde o más temprano todos vamos a llegar.
Hace tiempo que no me cuesta decir mi edad, estoy orgullosa de ella y cada vez le doy menos importancia a aparentarla o no. Estoy auto convenciéndome de que esto no es para siempre, que esa imagen que me devuelve el espejo sigo siendo yo, una nueva versión de mi, y que aunque mi cerebro no ha envejecido al mismo ritmo que mi cuerpo no hay manera de frenarlo. Irá a más. No sólo me arrugaré que será lo de menos, sino que me dolerán los huesos y las articulaciones, y ya no podré hacer todas las cosas que hacía antes, pero intentaré hacer otras, o tomarme la vida con calma, que la que me queda la quiero disfrutar, me quedan cosas por hacer, por ver y por sentir.
Y encima, mis hormonas me están tratando bien, que más puedo pedir?