Retrato de Velázquez. Fernando Botero
Al Grupo Cero
Prisionero soy de una larga condena
porque la palabra no otorga libertad.
Digo huella y huella se hace carne en mí,
arrugas con el tiempo, dolores del amor.
Huella, te digo y existen los caminos,
huella de mí y, al menos, en soledad
algún sendero, algo, habré conocido
algún paso habré dado al comenzar.
Huella del alba anuncia que el sueño terminó.
Que viene el universo, la mujer y el hombre,
que el mundo todo viene para hacer poesía
y la vida, ahí, viene la vida que se terminará.
Digo árbol y el verde forja toda mi realidad.
Verdea el corazón de las mujeres ancianas,
pone en el centro del corazón de mi amada,
la esmeralda perdida que brilla en el silencio.
Y cae, hasta llegar a su verdad de musgo,
verde que se detiene para que el mundo,
se piense florecido, húmedo, inquietante,
verde de amor muriendo sobre la hierba.
Digo decir y a borbotones de cataratas,
de mundo, se hacen plenas las palabras.
La mujer que nada en mí veía, al hablar,
vio de pronto sólo una luz en mi mirada.
Mirada de fiera, selva acorralada de luz.
Mujer, decir mujer, abrir ese destino:
ennoblecer el llanto, encumbrar el amor,
poner gacelas en el andar del caminante,
sonidos de agua y pájaros en su cantar.
Violín herido subiendo entre tus piernas.
Digo violín, amada, digo violín herido
y un aullido espectral hace del alma,
callada y quieta melodía desesperada,
abre tus ojos al agudo vacío del amor.
Digo ferrocarril y viajo sin detenerme nunca
haciendo siempre ruido desde el oriente al sur.
Y máquinas y obreros y fiestas de vendimias
y muertes que su destino nunca encontrarán.
Tren del Oeste digo y crujen las praderas,
una bala de plata atraviesa los ojos de la noche
un caballo blanco muere de sed en el desierto
y la mujer de los rizos dorados muere de amor.
Caballos, ¡imaginad! caballos atados a sí mismos,
atrapados por la velocidad de liberarse y volar,
caer como las piedras de la montaña al río,
llegar al fondo de las cosas sin dejar de caer.
Digo cerdo, lombriz, serpiente y pájaro
y el sexo se deslumbra de sí mismo,
abre las piernas, abre las piernas y habla,
dice del mar cosas como verde-azuladas.
Se arrastra, se arrastra antes de volar.
Y cuando se arrastra goza y cuando vuela
y cuando cae, nácar o plata es su sonrisa
y se arrastra por el dolor y goza de la vida.
Y vuela y se deshace de besos y de luces,
sexo del amor, le digo, de la vida viviendo.
Poema, libertad, guerra contra el hambre,
dulzura del decir quiero vivir en el deseo.
Y digo muerte y aunque no lo dijera,
poeta enmudecido, igual he de morir.
Por eso que la palabra nos condena
cuando hablamos, al goce y al deseo.
Sin libertad, prisionero de la palabra
con la alegría de haber sido hombre,
con el alma ya lanzada a los vientos,
sin dejar rastros, mi cuerpo morirá.
MIGUEL OSCAR MENASSA