Revista Diario

Dame Mandinga, moldavo.

Publicado el 27 mayo 2012 por Rizosa
Eurovisión, ese festival tonguil en el que cada año gana el país random que toque y no la mejor canción. Esa noche de tradición rizosa en la que intento reunirme con mis amigos y/o familiares cercanos para comer, beber y echarme unas risas con la excusa de ver el concurso. Esa debilidad mía que pocos entienden, que casi nadie comparte y que algunos elegidos acaban viendo con otros ojos después de haberla compartido conmigo.
Anoche lo volví a hacer: engañé a mis amigos con promesas de una merienda-cena en mi casa y litros de sangría, y ellos acudieron raudos e inocentes cual ovejas a la esquila. Encima los pobres trajeron bizcochos, tortillas, guacamole, ensaladilla... Y cuando estaban ya entonadillos por el vino, zasca, les planté Eurovisión y ya nadie fue capaz de quejarse xD 
Es más, se lo pasaron bien y todo. En esta edición ha reinado el summertime, con vestidos vaporosos y transparentes, hombres que movieron las caderas de forma sexy y jamonas mandingueras y demás buenorras que hicieron que mi amigo Sergio votase como un condenado murmurando una y otra vez "hay que rescatar a Grecia como sea, como sea".
Y tienen razón los que dicen que Eurovisión es una vergüenza. Es decir, como concurso musical tiene mucho de ochentero y poco sentido, puesto que la calidad media de las canciones que se presentan es bastante mejorable y la estética y demás parafernalia es poco moderna. También es cierto lo poco riguroso que es el resultado, fruto de unas votaciones de dudosa legalidad... pero qué más da. Los seguidores de Eurovisión nos enganchamos al caracter festivo, al celebrar por celebrar, a disfrutar de la noche con la excusa de ver el concurso. A volver a sentirnos niños ilusionados cada vez que algún país nos vota. A disfrutar de los que nos rodean. A cotillear cual marujas de lengua envenenada criticando el vestuario de los representantes de países lejanos.
Y aunque España no gane (que suele ser lo habitual) siempre nos queda la esperanza de un resultado mejor el año siguiente y el "no hemos ganado, pero qué bien lo ha hecho Pastora". Supongo que es lo mismo que sienten los aficionados del fútbol o de la Fórmula 1; las emociones y sensaciones son las mimas, al fin y al cabo.
Por mi parte sólo me queda decir que anoche me lo pasé genial y disfruté muchísimo del Festival. Que, como decía antes, Pastora Soler no me defraudó en absoluto e incluso consiguió ponerle la piel de pollo a Diego, principal detractor eurovisivo entre mi grupo de amigos. Las abuelitas rusas consiguieron que todos nos pusiéramos en pie a cantar y bailar como posesos; el alemán conquistó a más de una y más de uno en mi salón, con gorro y todo; la rumana-cubana me hizo mover el culo con ritmos insospechados (y ya estoy deseando escuchar su canción esta feria que se acerca) y mi moldavo me enamoró con su vestuario, payasismo y canción.
Suecia, maravillosa. Creo que la canción ganadora verdaderamente se merecía ganar, por una vez y sin que sirva de precedente. Me gustó la puesta en escena, con esa mujer tan exótica para ser sueca, con tanto glamour incluso llevando una batamanta de flores. Su negraco zumbón haciendo capoeira. Y que ella saliese descalza fue un detallazo, muy a lo Remedios Amaya. Me encandiló también el ritmazo que tiene Euphoria, tan de sábado noche. Dan ganas de bailar y darlo todo, vaya.
Os dejo con el temazo que se alzó con la victoria.
Hasta el año que viene, Eurovisión. A ver a quién engaño yo en 2013 para que lo vea conmigo; seguiremos informando.

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