Consigue Daniel Ruiz en la novela adentrarse en la vida diaria de Periquillo y de su Tata. Y lo hace no con la asepsia habitual, por no decir burla, de los que intentan comentar alguna que otra expresión típica de quien no ha ido al colegio y sobrevive en una barriada marginal de Sevilla, sino con el máximo respeto por una forma de hablar que transcribe a la perfección en una suerte de memorias del protagonista.
Se viene a la mente durante la lectura el trabajo de Fernando Quiñones en este tipo de transcripciones del dialecto andaluz, pero en este caso el componente social adquiere mayor peso específico y marca el hilo narrativo de una novela ambientada en los 80, cuando el protagonista tenía unos 15 años, donde no faltan ni la adicción a las drogas, ni los malos tratos a mujeres, ni el reflejo de una sociedad que fue y que sigue siendo exactamente igual en esas barriadas que a nadie interesan. La novela es magnífica, se aleja del resto de novedades y pone el dedo en la llaga sin adoptar ideologías subvencionadas que tanto daño hacen al bolsillo del contribuyente.