—Tras la explosión no hubo supervivientes. Lo comprobamos.
—No lo comprobasteis bien.
—Es imposible. Se calculó el radio, el número de personas que habría en la zona, la potencia. Todo estaba medido al milímetro. Es imposible. Fue una acción controlada…
—Querrás decir «matanza» controlada.
—¡No fue una matanza! ¡Era una cuestión de vida o muerte! Erais vosotros o nosotros.
—¿Quiénes eran ese «vosotros»? ¿Gente como yo? ¿Gente inocente?
—¿No ha oído hablar de daños colaterales, joven?
—Daños colaterales, eh. Sí. Una expresión horrible que se suele utilizar a la ligera, como si no escondiera un oscuro significado. ¿En vuestra comprobación encontrasteis entre los restos al objetivo del ataque?
—El equipo que acudió confirmó la baja…
—Así que supongo que la matanza valió la pena.
—¡No fue una…! Dios. Es imposible —repetía una y otra vez.
—Y sin embargo aquí estoy. Y con una fuerza sobrehumana. También con una horrible quemazón en mi interior y toda la piel, pero por extraño que parezca, más poderoso que nunca. ¿No te has preguntado cómo he logrado entrar aquí?
—La seguridad. ¿Qué has hecho con ellos?
—Llamémoslo daños colaterales.
—Dios mío… ¿Qué me vas a hacer?
—¿Sabe rezar?
—Oh, Dios… —El aterrado hombre cruzó las manos y murmuró al oído del cielo.
—Rece, señor presidente, rece.