Hoy he visto amanecer y me he sentido más viva que nunca. No lo he contemplado en una playa acompañada de César, de mis hijos o de Martina, mi mejor amiga, sino sola y en silencio, todo lo solo y en silencio que puede estar uno en un bus interurbano a las seis cuarenta de la mañana, camino del trabajo. Ninguna de las personas que me acompañaba en el trayecto miraba por la ventana de la derecha del autobús. Algunas dormitaban, otras leían, otras estaban pendientes de su smartphone. Yo soñaba. No quiero morirme sin contemplar más amaneceres, ya que me he perdido demasiados. Mañana comienza mi nueva vida y quiero conservar en mi retina el color del amanecer y el fulgor de este sol espectacular e inmenso.
Tras acabar mi jornada laboral, llegué a casa cansada como de costumbre, pero decidí ponerme las zapatillas de deporte y buscar un lugar idóneo para contemplar el ocaso. De nuevo la vida me ha rodeado con sus brazos amables. Desde que soy consciente de nuestra levedad, de que somos un segundo, de que nuestro reloj apenas tiene arena, busco que me abrace a diario y quiero sentirme viva, aunque solo sea un minuto al día. Desde que soy consciente de lo poco que somos, he conseguido hacer cada día único por motivos pequeños, que son los que en realidad quedan en lo más profundo del alma, guardados como valiosos tesoros.
César insistió en acompañarme a ver la puesta de sol, pero le dije que me disculpase, pero que quería ir sola pues sentía que aquel debía ser mi momento y le prometí que lo veríamos juntos al día siguiente. Aquella noche, la vida debía envolverme y arroparme pues juré hace semanas que seríamos ella y yo solas y unidas, de cuando en vez. Todos necesitamos nuestro momento. Eso es algo que también descubrí hace poco tiempo.
No obstante, aunque contemplé sola el ocaso como yo quería, deseo que llegue mañana para coger la mano de César, sentir su calor y la tibieza de su cuerpo en un abrazo que quiero que se prolongue hasta que el sol se oculte. Hemos tenido César y yo muchos desayunos en la cama, risas, licor de melocotón y gestos que llevaban unidos maravillosos descubrimientos. Mañana toca ver el ocaso. Quiero más ocasos pero hoy deseé sentirlo sola, vivirlo así, como si el sol fuera solo mío y yo suya. Un segundo... Soy un tanto rara, lo sé, pero César me quiso así y así me seguirá queriendo, pase lo que pase. Desea muchas cosas conmigo y yo con él. Hoy tan solo quiero que vivamos.
Contrariamente a lo que hubiera pensado tantas veces como, por curiosidad, nos formulamos la pregunta sobre el tiempo que nos quedará de vida, estoy tranquila pues aunque la adversidad parecía haberse cebado conmigo, también se me ofrecía una esperanza. No creí que fuera a ser tan fuerte ras recibir dolorosas noticias respecto a mi futuro pero que hubiera una alternativa, me ayudó a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Quizás es que, mientras los demás no miran el alba y el ocaso y no aprecian la magia de la vida, yo lo he empezado a hacer. Nunca es tarde para adentrarse en uno mismo, para descubrir qué somos y qué nos importa en realidad.
También quiero pasear por la orilla de una playa desierta, montar en globo y comer palomitas mientras vemos en familia una película en la gran pantalla. Y quiero reírme mucho, hasta que se me desencaje la mandíbula. Quiero guardar en mi retina todos y cada uno de los gestos de mis niños, desde el de Marcos cuando se enfurruña y después de unos minutos me abraza como oso, hasta el de Jorge cuando frunce el entrecejo al tratar de llevarme a su terreno con su verborrea o ese mover de manos tan peculiar de César cuando me cuenta cómo ha transcurrido su jornada. No quiero volver a perder el tiempo en arreglar el mundo pues deseo coser cada momento hermoso a mi corazón, con el hilo irrompible con el que se cose la ilusión por vivir.
*****
Cuando conocí a César jamás pensé que llegara a ser tan importante en mi vida. Se hizo un hueco despacio y aquí está ahora, a mi lado, a veces en silencio, otras alborotando mi alma, en ocasiones pensativo, ahora taciturno. No quiero verle así, pero le entiendo ya que me pongo en su lugar. No obstante, ambos sabemos que lo vivido hasta ahora es un regalo en sí mismo. Necesito creer que habrá más. La fe no se debe perder nunca. Tengo mi maleta preparada y mi corazón dispuesto. Ha sido un camino largo el que me ha llevado a vivir feliz por ser como soy, pero he recibido frutos a cada paso, algo que no pueden decir todos los caminantes.
César y los niños están en silencio y yo procuro que no se enrarezca el trayecto, comentando lo que quiero que hagan en mi ausencia, que espero sea breve. Observo cómo Jorge arquea las cejas, como de costumbre, y antes de que pronuncie una palabra, chisto. Sonríe y Marcos y César también lo hacen. Canturreo la canción que se escucha en la radio y Marcos critica mi poco armoniosa voz. Esta vez, reímos.
Al llegar al hospital, César aparca el coche y me ayuda con la maleta. Los niños han vuelto a enmudecer. El camino a recepción y después a la habitación, se hace en silencio.
Una vez instalada les prometo que estoy contenta y les pido que también lo estén. Ninguno me contradice y en sus caras se dibuja un atisbo de sonrisa.
Es la hora. Estoy tranquila. Pido a los niños que nos dejen solos a César y a mí. César mira suplicante a mis hijos, pero estos me besan y besan a César y salen en silencio de la habitación.
-Cariño, nada malo va a pasar, pero si lo hiciera...
-Mi vida...
-César. Necesito darte unas instrucciones. No entres en bucle, diciéndome que no sea negativa porque no lo voy a ser. Todo lo contrario, estoy siendo muy positiva, así que escucha y calla, por favor. Se supone que el frío eres tú y yo la de la cabeza en continua ebullición. No cambiemos los papeles ahora...
César me mira y sonríe, pero puedo ver su alma reflejada en sus pupilas. Está abatido. Debo calmarle y ser fuerte por los dos. Me he preparado para este momento durante semanas.
-Por si no lo sabes pues a estas alturas debías tenerlo claro, te diré que te quiero. No ha llegado este sentimiento a la carrera, sino paso a paso y con no poco esfuerzo por tu parte y olvido por la mía. Te has hecho imprescindible en mi vida y te has hecho querer. Hace tiempo me dijo Martina que si no hay flechazo previo, el amor no llegará jamás. No estoy de acuerdo. Te has trabajado a fondo y día tras día que sienta hacia ti algo que no puede medirse, pese a mis traumas, fantasmas y miedos. El cien por cien de lo que puedo dar, lo tienes. Nunca te has preguntado ni te ha importado qué tienen los demás de mí y siempre te ha bastado que lo que yo tenga para darte, te lo haya dado... Sé que es mucho menos que tu cien por cien y que nada me reprochas por ello, pero deseo que sepas que todo lo malo que mi alma llevaba, se marchó ya o está en camino de hacerlo. Y era mucho, lo sabes. No habría soportado tener que contarte lo mucho que lloraba por dentro, lo enferma que estaba, lo perdida..., y eso siempre te lo agradecí. Hasta hace nada lo estuve y me he guardado los motivos que me llevaron para llegar a esa conclusión. Soy consciente de que nunca supiste bien de qué te hablaba y si tuviste alguna vez curiosidad, lo callaste. Esa fue otra prueba más de tu amor hacia mí. Y ahora, tras este discursito, iré al grano. Tengo esperanza de vivir tras este día, César, confío en los médicos, pero..., si no fuera así...
-Marta...
-Repito. Pero..., si no fuera así... cuida de mis hijos. Te los confío. Somos un pack.
-Siempre.
-Siempre y uno solo, indivisibles. No venía sola y lo aceptaste de buen grado. Es más, me lo recordabas a cada momento. Yo soy mis hijos también, y mis sueños, y mis animales, y mi casa... También por eso te quiero. Confiándote a mis hijos, te confío mi vida misma.
-Ellos son Marta.
- No tengo miedo, César, no lo tengas tú. Si algo sucede, te ayudarán a superarlo y tú allanarás su camino. Somos pack. Ahora lo somos ellos, tú y yo. Nada resta y todo suma, recuérdalo siempre. Y ahora voy por lo que a ti y a mí respecta... Tengo la boca seca, ¡qué difícil es poner palabras concretas a los sentimientos!
-¿Quieres agua? Ah, no..., no puedes...
-Qué protocolo para una operación. Con la sed que tengo ahora. César, os quiero mucho a todos, quiero tantas cosas ahora, tantas que nunca quise que querría. ¿Recuerdas los viajes que proyectamos? ¿Pintar la habitación de verde aguamarina? ¿Hacer del garaje que nunca usamos un lugar para celebrar fiestas? Quiero que a mi regreso lo hagamos todo, pero también quiero que todos los días que podamos, veamos juntos amanecer. Buscaremos un lugar para poder hacerlo, seguro que algún sitio habrá para contemplarlo juntos los fines de semana. ¿Qué más da que sea verano o invierno? Quiero ver el alba a tu lado y comentar qué sentimos al sabernos vivos. Damos tan poca importancia a estarlo, ¿verdad?
-Contemplaremos muchos amaneceres y muchos ocasos, ya verás. Ahora descansa, pronto estarás de nuevo a nuestro lado y este amargo trago habrá pasado y solo será un recuerdo.
****
-Quiero ver a mi familia de nuevo. ¿Lo haré?
-Tranquila, Marta, lo harás. Tienes unos ojos muy bonitos. Verdes. Con ellos mirarás a tu familia y les dirás de nuevo "hola".
-Veré más amaneceres.
-Muchos más. Ahora vas a contar de diez a cero, ¿de acuerdo? Diez...
-Nueve... ocho... siete... se...
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-Hola...
-Hola, cariño.
-Todo ha salido bien, César.
-No lo dudé nunca.
-¿Llevo mucho inconsciente?
-Son las ocho de la tarde..., un poquito.
-Ha durado mucho la operación, estarás cansado de esperar.
-Unas siete horas. Y fue ayer, Marta; estuviste en la UCI hasta hace un par de horas.
-¿Y los niños? ¿Dónde están? No quiero que se preocupen. Llama y di que desperté ya.
-Están bien, el susto pasó cuando nos dijeron que la operación fue un éxito. Ahora están con tus padres en la cafetería. Han ido a tomar algo. Llevan pegados a la cama desde que te trajeron de la UCI. Cuando suban se pondrán muy contentos al verte despierta. Deja que coman algo y ahora disfrutemos del momento.
-Y tú, ¿cuánto llevas pegado a la cama? Tienes mala cara.
-No tan mala como tú.
-Vaya, gracias...
-¡Es broma! Ahora tienes que descansar. No vas a mover un solo dedo en casa, estarás quietecita y te dejarás mimar y querer. Te cuidaré y te pondrás bien enseguida.
-¡Mandón!
-¡Rebelde!
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Ha comenzado a caérseme el pelo. Mechones quedan en el cepillo con tanta facilidad que, a este paso, me quedaré completamente calva en unos días. sin embargo y, al contrario de lo que hubiese pensado, estoy feliz. ¡Es solo pelo!
Veo amaneceres y ocasos todos los fines de semana con César. A veces nos acompañan mis hijos. También hemos sembrado el jardín de flores. La primavera llegará a nuestra casa, cargada de mil aromas y colores. También he empezado a cocinar. De lo rutinario se encargan César y los chicos, de la repostería, yo. Huele a azahar, canela y vainilla, limón y anís. Todas las tardes preparo un bizcocho para merendar y lo tomamos calentito y juntos. Se acaba en un periquete y, junto a una buena taza de café recién hecho, conversamos. Momentos...
El médico dice que cuando acabe este ciclo de quimio podré hacer más vida social pero que ahora debo recuperar fuerzas. El pronóstico sobre mi evolución es alentador. Estoy convencida de que sonreír tan a menudo y valorar las cosas pequeñas, me está ayudando. La quimio no me está dejando tan hecha polvo. Solo es cabello, me digo y que volverá a crecer, me dice César para que no me deprima. ¡Pero no lo hago, pues me sigue mirando con la misma dulzura de siempre! A algunas personas les vuelve a crecer de un modo diferente tras la quimio. A mi amiga Sara le ha crecido rizado y más oscuro y fuerte. Me gustaría que me creciese así, bromeo con César. Comienza a reírse con ganas, ya no finge la sonrisa. Eso me gusta. Todos en casa sonreímos de verdad. Es agradable que luzca el sol dentro de la casa, además de afuera.
-Siempre me han gustado los retos, César. Este no deja de ser uno más. He aprendido mucho con este. He averiguado quién está y quién no, qué es lo importante y qué es lo superfluo, que cosas nos hacen sonreír y qué cosas nos hacen infelices. He aprendido a ser una persona agradecida. Y ahora que estoy más cansada, que mi cuerpo aún está roto, que mi piel es blanca y mi pelo ha desaparecido, me siento más viva que nunca, César. Agradezco que estos momentos los compartamos juntos. He aprendido a quererme, a quererte y a querer en general. Y he aprendido también a soltar. ¿No te parece curioso?
-Me parece normal, Marta. Apreciamos la vida, esta nos sonríe y nosotros a ella. Y respecto al cabello, crecerá y nosotros creceremos con él...
-Ojalá lo haga rizado, porque así no usaré espuma-bromeo.
-Regresaremos a París cuando el médico nos dé su visto bueno. Cenaremos los cuatro en la Torre Eiffel.
-Comeremos helado.
-De café y ron con pasas.
-De menta y pistacho para ti.
-Contigo.
-Juntos.
-Los cuatro.
-Los cuatro, César, en pack.
En ese momento mis niños entran en la habitación y me abrazan. No puedo evitar llorar. También se puede llorar de felicidad y yo ahora soy inmensamente feliz.