Y es que no hay nada como un educado niño bien hablador para conmover a las masas. Claro que, si el niño es un genio, pasa lo que pasa, que rechaza el Ipad que le regala la Fundación porque considera que aceptarlo sería traicionar la propuesta por la que le han dado el premio:
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Obviamente, la noticia sobre los concursos bien intencionados son las intenciones en sí, nunca jamás de los jamases una acción comprometida y real que ponga en un aprieto a la fundación que promueve la ilusión el cambio y mucho menos a las empresas que luchan por hacer de este mundo un lugar mejor. Así que la versión final es un hermoso cuadro de políticos comprometidos, princesas de labios de fresa y obviamente niños entrañables en su inocencia, que eso siempre enternece los corazones, todavía más porque las fechas ya los enternecen por sí solas:
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El gran reto que se ha de superar para cambiar realmente algo en este mundo es tener la capacidad de trascender las ansias de un consumo desmedido y sin límites morales. Sin embargo, en el estado actual de las fuerzas humanas y la enorme potencia de fuego del neuromarketing y demás armas de distracción masiva, es imposible. Salvo, claro está, por una pérdida de la capacidad adquisitiva que impida el gasto. Mientras tanto, toda acción egoísta de consumo, jamás cuestionada, incluye, necesariamente a estas alturas, su opuesto que nos hace sentir bien: la caridad.
En su crítica al capitalismo contemporáneo, Slavoj Žižek arremete sin miramientos contra la caridad tal y como se concibe hoy en día: antes existía una división entre la caridad y el capital, se ganaba dinero y luego este se reinvertía como caridad, pero ahora se han borrado las fronteras y son parte del mismo acto, se fusiona la caridad con el consumo:
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La idea de que un producto se ha de comprar no por el producto en sí, sino por una asociación con algún ideal atractivo para el consumidor se remonta a la década de 1920, y desde entonces se ha ido perfeccionando hasta convertir al ser humano en una pantomima de sí mismo.
El último gran hallazgo en este sentido podría muy bien ser la publicidad de ING Direct, que “patrocina pensar”. Resulta una genialidad convencer a la masa pegada al televisor de que no es necesario evitar la pantalla para deshacerse del ruido. Basta con ver imágenes sin voz durante treinta segundos asociadas a la palabra “pensar” para convencerse de que las neuronas funcionan y pueden incluso llegar a ser útiles en este asunto de la existencia:
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Si alguien pensara realmente, esto es, dejara de mirar el anuncio de ING Direct, quizás se cuestionara depositar ahorros en bancos que financian la producción de, por ejemplo, bombas de racimo.
Otro: la emotiva campaña en favor de la “optimistadicción” que ha realizado Campofrío. Entrañables ídolos de la infancia que subrayan las cosas buenas de España. Según se ve, lo negativo viene porque atacan a “España”, no a la vida de personas con nombre y apellidos, así que mejor pensar que este país tiene siete premios Nobel en su historia y no centrarse en que la educación dada a tu hijo es un excremento al que ni las moscas se acercan y que los investigadores son jóvenes con ansia de aventura, no exiliados forzosos. O que la Merkel se puede ir a la educación porque “tenemos” –a mí todavía no me han enviado mi parte—una copa mundial de fútbol:
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Que todo esto está muy bien para españoles que, no necesitando hacer gala nunca más de sus siempre enaltecidos instrumentos genitales, fuesen realmente felices en la miseria. Esto es, si hubieran alcanzado el estado búdico del sukha y la paz interior les hiciera contemplar con sabia serenidad la inevitable ruina a la que están condenados. Así, la cosa empezaría a ponerse bastante bien para al menos esta parte representativa de la humanidad y podría tener sentido, no el anuncio de Campofrío, pues ya tiene sentido desde su origen capitalista, sino la acogida por parte de los optimistadictos. Pero, ay ay ay… de no ser el sukha un rasgo característico del españolismo que patrocina la empresa de derivados del cerdo, poco importa mirarse al espejo y repetir con Fofito eso de somos la hostia, porque la depresión y, en los casos más graves el suicidio, están asegurados para los próximos meses.
Pero, apelando a mis raramente compartidos gustos personales, aún no he visto superada una vieja campaña de Coca-Cola por la que no hay que pasarse centrándose únicamente en “lo negativo” de la vida –en realidad del sistema, pero a estas alturas a ver quién sabe la diferencia—, puesto que siempre hay algo “positivo” que lo sustituya. Así, por cada arma que mata a tropecientos y la madre, se construyen nosecuantosmil juguetes que hacen felices a los niños…
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Sin entrar en la fácil cuestión de “a ver en qué país ignorante de los derechos humanos y bajo qué condiciones se hacen esos juguetes”, habría que preguntarse en qué medida esos nosecuantosmil juguetes inutilizan a la industria armamentística mundial. Aquí, directamente, se patrocina “no pensar”. Se “ordena” dejarse llevar por sentimientos elementales, de manera que no hay neuronas disponibles para reflexionar sobre la falta de conexión entre el problema, serio y real, y la antítesis propuesta que lo relativiza, frivoliza y promueve por tanto la evasión de esa realidad.
El caso, siempre, es distraer la conciencia con los dibujos de ponis de colores, no cuestionar la realidad en que se cincunscriben los actos cotidianos de cada cual. Nuestra época carece de impulso para emprender acciones elevadas –son tiempos en los que, por recurrir a un tema citado, cambiarse a la banca ética sin sucursal en tu barrio, y sin alta rentabilidad, es ya no una acción elevada sino al alcance únicamente del Caballero Oscuro y un par de colegas más—. Con todo, salvo los afectados por trastornos psicopáticos, es inevitable que la gente se conmueva ante el sufrimiento pero, debido a la falta de empuje de los egoísmos, las necesidades de supervivencia y autoafirmación, esta sociedad no puede comportarse según valores de conciencia.
Sin embargo, la intranquilidad no se destruye ni desaparece, se transforma. Recurriendo a la descripción del cinismo con sentimiento de culpa hecha por Sloterdijk, la conciencia cómplice de su propia traición se vuelve en busca de ingenuidades perdidas a las que no existe ninguna posibilidad de retorno.
La época es cínica y sabe que no es posible la integridad personal, así que se conforma con las palabras que exteriorizan buenos deseos y que parecen ser dirigidas por un ñoño pensamiento positivo según el cual lo que deseas se cumple. Es inevitable, por tanto, que las intenciones de la caridad estén finalmente mal dirigidas, de forma que los remedios no curan el mal, sólo lo prolongan. Los remedios son parte de la enfermedad, contribuyen a mantener un sistema donde la miseria y la enajenación son aspectos inherentes del mismo.
El altruísmo así visto impide reconstruir una sociedad, pues se considera que, en el fondo, no hay nada que reconstruir. El peor dueño de esclavos es el que actúa con amabilidad hacia ellos, ya que impide que se den cuenta de los horrores del sistema esclavista y evita el reconocimiento de la situación real.
Para Žižek, resulta obvio que la caridad no es mala en sí misma, pero tampoco soluciona nada. Es, sencillamente, un parche que calma la conciencia del “cínico integrado”, tal y como denomina Sloterdijk al ciudadano del Primer Mundo. De esta forma, aunque los problemas se pueden aliviar momentáneamente, la estructura que los produce se mantiene.
Y se mantendrá. Porque efectivamente somos la hostia… ignorando el problema:
Uno mismo.
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