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Huele a madrugada, las últimas luces de un pueblo, dos figuras que se adentran en una carretera estrecha y recta, huele a manos entrelazadas, un silencio poblado de sonidos pequeños, grillos, ramas, hojas, búhos, la cadencia sosegada de los propios pasos, andándose, ladridos que ladran a lo lejos, huele a agosto, a espliego, a sed, recuerdos, huele a asfalto, a cuneta, el brillo majestuoso de un cielo estrellado, cenital, dos cabezas que miran en una misma dirección, huele a verde, a tierra, a negro, huele a beso, a la distancia que separa a ambas cabezas de todo lo demás, huele a reloj de pared dormido en su cama, a paz, a siempre, el dulce hormigueo del amor sin palabras, huele al polvo del camino, el resplandor lejano de un motor que se aproxima, huele a unas décimas de frío, a chaqueta tejana, la felicidad del próximo amanecer, su tristeza, huele a hoy, a manzanilla, trigo, amapola, huele a pino, huele a qué, a máquina, velocidad, risas, vendaval, estrépito, gritos, luz cegadora, mole, huele a miedo, huele a frenos, a rueda que rechina, caucho desollado, el látigo que se dibujará en el asfalto, cuando amanezca, huele a tres segundos más y luego huele a nada, a pasmo, paréntesis, ruidoso silencio, dos corazones que bombean su sangre violentada, huele a flor de piel, huesos, músculos, nervios, dos espaldas reafirmadas en el suelo, el aire que se respira, el infatigable tránsito de las estrellas, su inmovilidad de años luz, su fulgor, una mano tibia que te acompaña, el largo camino de vuelta a casa.Texto de Pepa Ruiz.