Ciertamente me
he retrasado cuarenta y ocho horas a propósito. Ayer viernes se celebró en
Gijón un acto simbólico y con un más que profundo contenido social. La
Federación de Asociaciones de Vecinos de Gijón entregaba el Premio Solidaridad
2015 a FICEMU (Fundación para la Investigación con Células Madre Uterinas), y
lo recogía quién tenía la obligación de recogerlo: el doctor Francisco Vizoso,
porque los demás estamos obligados a ocupar segundas y terceras filas.
Esta
fundación, laureada por muchísimos, santo y seña de Gijón pese a quién le pese,
echó andar por el coraje de un grupo de ciudadanos que, tras atender a las
explicaciones del propio doctor Vizoso, creímos firmemente que Gijón se merecía
algo grande, una gesta por la cual la Villa de Jovellanos se situara en el mapa
mundial de la investigación médica. Recuerdo sus inicios, sus balbuceos, sus
primeros pasos y, al final, cuando comenzó a articular sus primeras silabas… Ha
sido un recorrido apasionante, que emociona al más pintado. Pero también se
dieron momentos difíciles en los que las borrascas y las tormentas acecharon
con virulencia; días grises en donde los voceadores de la estupidez humana
intentaban que aquel niño dejara de caminar y, a ser posible, de respirar. No
eran conscientes de que la terquedad de un niño como ése era más férrea que sus
puercas labores.
Afortunadamente
eso ya forma parte del pasado. El avión ya rueda por la pista del aeropuerto.
Todo el que se tenía que subir, ya está en su asiento, y los que no, ni están
ni se les espera. Pero también ay de aquel que hubiera querido subirse y no lo
ha hecho porque ya no está a tiempo. El avión ya está lleno. Todo el pasaje en
sus asientos y los motores rugen cada vez con más intensidad esperando la orden
de la torre de control para comenzar a tomar altura. En la cabina, su
comandante, con su incondicional tripulación alrededor, dispuesto para alzar la
nave y levantar el vuelo sin mirar atrás, sin titubear, sin escuchar esas voces
oxidadas y enmohecidas que creen que todo el mundo es tan ruin como ellos.
Al comandante,
con sangre gallega pero corazón gijonés, no le tiembla el pulso para asir con
energía los mandos. Es un gran tipo, sencillo, humilde, al que la vida le está
sonriendo de diferentes maneras, pero que sabe muy bien como tripular esta mole
inmensa que resplandece con luz propia.
Uno de los logros
más difíciles para un médico no es curar a un enfermo, hoy día eso es
relativamente fácil. Lo complicado para un médico es convertir a sus pacientes
en amigos, y reír con ellos, y llorar con ellos, y compartir una sidra o el
adiós a un amigo común. Y esto, el doctor Vizoso lo ha conseguido. Como ayer
dijo su mano derecha, «yo quisiera ser
como él». Y yo también, amiga Noemí.
Me sentí
orgulloso, y como yo el resto que anoche lo arropamos. Vi correr más de una
lágrima, percibí la emoción de propios y extraños, y sobre todo, reparé en los
rostros de algunos que reflejaban la paz interior que sentían por el deber
cumplido porque, como él mismo dice, el mayor fracaso es no intentarlo.
Anoche Gijón
volvió rezumar luz propia, la luz de la esperanza para muchos que no tienen voz
pero sí fecha de caducidad. Esta iluminación sólo puede ofrecerla una única
persona: alguien de carne y hueso, que aglutina, une y reúne… en torno a su
trabajo diario como médico, como investigador, pero sobre todo, agrupa y
convoca como ser humano. Un lujo al alcance de pocos, aunque en el fondo seamos
muchos, ¿o no?