Monumentales fiestas adormecen nuestras cuitas y el devenir histórico se ha convertido en una sucesión de espectáculos circenses donde se proclama el ascenso del nuevo amo. Sus logros infinitesimales son anunciados a los cuatro vientosy su irrupción marca una nueva era de acuerdo a profecías infantilmente pergeñadas. Brotan de la tierra y de cualquier charco los guerreros multicolores y multiusos con la conveniente encomienda de combatir los males y pestes que asolan a la humanidad entera. Desde este rincón ignoto, no por casualidad ombligo del continente, iba a surgir un nuevo rayo de luz, para esperanza de los afligidos y otros infelices ignorados por la paleta de Dios.
Nuestro cristo había nacido en una aldea misérrima como la bíblica. Los evangelistas actuales cuentan que en sus primeros años se dedicó al pastoreo, sometido a innumerables pruebas de carácter en el desértico altiplano, alimentándose con cáscaras de frutas, remarcan. Durante décadas se le pierde el rastro hasta que aparece dicharachero en tierras cocaleras de Cochabamba, asombrando a los dirigentes veteranos con su discurso revolucionario y antiimperialista. Su retórica tropical pronto llegó al oído de los gobiernos neoliberales que intentaron doblegarlo por todos los medios. Resistió con la serenidad de un asceta, se dice, las trampas que el destino le puso, llevándose por delante los temporales y vaivenes que estorbaban su misión. Estaba predestinado a convertirse en el elegido, por la gracia de la Pachamama y con la venia del santo arcoíris.
Llegó a palacio por aclamación de las masas y desde entonces no paran de homenajearlo en cuanta fecha patriótica haya que recordar. A diferencia del cristo del lienzo que se funde con la multitud cabalgando su borriquito, para el salvador plurinacional se alista un colorido y aguerrido montaje: encaramado en el lomo de su caballería mecanizada -como se suele llamar últimamente a la división acorazada del ejército, nostálgica de sus cabalgaduras y exquisitos aromas de establo- va agitando su mano corta y regordeta al lado de un gerifalte que hace de simbólico cochero. Detrás de él va un cronista de estos tiempos, armado de cámara para que todo quede bien registrado. Banderas, banderolas, estandartes, escarapelas, bandas de autoridad, medallas de latón, de falso oro, sables y cadenitas edulcoran la solemne procesión. Todo bien guarnecido por guardaespaldas hollywoodenses que acompañan el cortejo al son de himnos marciales. La muchedumbre aclama el ingreso triunfal del tata restaurador de la patria.
Que a qué viene el cuento -querrán preguntarse-, y estos homenajes a brochazos de candente actualidad. Tal comparación quizá ofenda a la cristiandad y demás creyentes de santos de los últimos días. Todo cuadra desde que el vicepresidente García Linera, alias Kananchiri (el iluminado) después de repasar las veinte mil leguas de sus libros submarinos nos recordara a todos los bolivianos que parece que estamos ciegos como topos, que “tenemos un líder de aquellos que nacen cada cien años”, brotado al amparo de“ese sol, esa agua, esos cerros” que desde ya son sagrados. Ni la imponente puya Raimondi que florece cada cien años había sido criatura tan extraordinaria sobre la faz de la tierra.
Quién iba a decir que el gran Ensor se nos iba a adelantar hace más de un siglo con sus paletadas premonitorias, narrando un suceso por demás tragicómico. El caso es que la realidad vence de forma aplastante.¡Viva la revolución democrática y cultural! ¡para Vivir Bien…muertos de risa!
Cristo entrando en la ciudad de El Alto, unos años atrás