Templo de San Francisco, Potosí
Una ola de robos sacude en las últimas semanas a varios templos del país. La mayoría en las viejas iglesias de la Villa Imperial de Carlos V, secularmente conocida como ciudad de Potosí, la más poblada y próspera de América hace varios siglos. Ya ni los santos causan temor a los sacrílegos amigos de lo ajeno. No es de extrañarse, pues no son raterías improvisadas ni oportunistas. Amén de que bandas profesionales fisgonean, como primer paso, durante las visitas masivas, para luego dar el golpe; se ha sabido de casos en los que sacerdotes y sacristanes custodios han estado involucrados, pues ellos son los que se conocen a fondo los recovecos y habitaciones secretas donde se guardan las joyas valiosas. Cada cierto tiempo, el país se despertaba con la diabólica noticia de que algún templo había sido saqueado, a veces sin forzar las cerraduras y ni el espíritu santo de testigo. Sólo que ahora, preocupa a los jerarcas de la Iglesia que se estén produciendo uno detrás de otro, como por puro milagro.En ciertas ocasiones, recorriendo algunas regiones del país, me llamaba poderosamente la atención que aún en lugares inhóspitos del vasto altiplano, siempre había una iglesia en cada caserío desperdigado en mitad de la nada, cuyo campanario pobre se tornaba desde lejos como única referencia para los escasos viajeros. Juro que no había ni un alma a la vista entre las pocas casas y su infaltable templito de barro y techo de paja, todos abandonados a su suerte, como villorrios fantasmas. Siempre se repetía la misma estampa cada cierto trecho, como si fueran diseños calcados por caprichos celestiales. En el trayecto, me preguntaba a quién se le ocurriría levantar esos edificios en semejantes parajes: desérticos, fríos, inmisericordes y alejados de centros poblados.
Sin embargo, esas sencillas iglesias construidas durante el periodo colonial, a pesar de su austeridad y descuido prolongado todavía conservaban muchos cuadros con temática religiosa, que andando el tiempo se han constituido en valiosas piezas de arte apetecidas por coleccionistas privados. En las iglesias del altiplano estaban las mejores muestras del arte pictórico que floreció bajo la influencia de la denominada Escuela del Cuzco. Como era de esperar, y ante la negligencia de las autoridades, poco a poco, las muestras fueron robadas por los mismos lugareños que, ignorantes de su valor histórico, no tenían escrúpulos para venderlas como mercadería común. Parte de ese arte tiene como destino el continente europeo. La rapiña continúa, como antaño fueron los minerales. Así desaparecieron pinturas, estatuas, joyas varias y pedazos de retablos. El mismo drama en toda América.
Pero ahora, los ilustres devotos de San Dimas se atrevieron hasta con la Virgen de Copacabana, la patrona de la mayoría de los bolivianos. El santuario de Copacabana con seguridad es la Meca boliviana, cuya pequeña población vive exclusivamente del turismo, fundamentalmente religioso, no le queda de otra, pues es una singularidad en la geografía nacional, una especie de San Marino, enclavada entre territorio peruano y el lago Titicaca, en una estrecha península. La comunicación más natural con el resto del país suele ser a través del estrecho de Tiquina, a bordo de lanchas. Este sitio es el más visitado por los devotos nacionales, incluso muchos peruanos, tal vez porque se dice que la Virgen morena -esculpida por un artista indígena durante la Colonia-, es la más cercana a la gente, la más milagrosa de todas. Como se sabe, los milagros tienen precio. Así, no era extraño que, esta imagen venerada fuera también la más rica, obsequiada con múltiples vestidos con bordados de oro, coronas, crucifijos y otras joyas de oro y plata, que a lo largo de los años, comerciantes prósperos fieles seguidores de la “Mamita” depositaron como actos de fe.
Hace pocos días, el pueblo de Copacabana se conmocionó con la noticia, ni una ola gigantesca del lago hubiese causado tanto revuelo. En un santiamén habían saqueado el santuario. Un par de sacerdotes y varios lugareños fueron detenidos con fines investigativos, según las autoridades policiales. Entretanto, “todo el mundo es sospechoso”, se decían unos a otros, flotando en el aire un sentimiento de culpabilidad colectiva. Hasta Evo Morales se puso a divagar sobre el asunto, disparando sus dardos hacia la jerarquía eclesiástica. Acusando a algunos obispos de ser los responsables de los robos, declaró "quién maneja la llave de esa Iglesia, son los obispos y saben los obispos quién entra, quién sale. Por tanto saben quién se lo saca las joyas”. Curioso que se ponga a pontificar sobre la culpabilidad de los religiosos cuando en su momento no investigó a varios de sus propios ministros, sindicados de estar involucrados en casos de corrupción, contrabando y extorsión. Coincidentemente, a la par que está peleado con los jerarcas católicos, está de buenas migas con los ministros de la Iglesia evangélica, habiendo sido agasajado y reconocido por su “liderazgo” por parte de estos. En el ínterin, le queda tiempo para contarnos anécdotas de su efervescencia católica, moviéndose como todo buen camaleón, avizorando tiempos de elecciones. Hasta los ángeles le creen.