El pasillo está en silencio excepto por las ruedas del balde y los pies que va arrastrando el viejo. Ambos suenan cansados.
Ambos conocen estos pisos. ¿Cuántas noches los ha limpiado Hank? Siempre cuidando de limpiar los rincones. Siempre cuidadoso de colocar su letrero amarillo de advertencia debido a los pisos mojados. Siempre se ríe al hacerlo. «Cuidado todos», se ríe para adentro, sabiendo que no hay nadie cerca.
No a las tres de la mañana.
La salud de Hank ya no es la de antes. La gota siempre lo mantiene despierto. La artritis lo hace renqtrabajo, uear. Sus gafas son tan gruesas que sus globos oculares aparentan ser el doble de su tamaño real. Sus hombros están caídos. Pero realiza su trabajo. Empapa el piso con agua jabonosa. Friega las marcas de los tacones que han dejado los abogados de paso firme. Acabará su tarea una hora antes de la hora de irse. Siempre finaliza temprano. Ha sido así durante veinte años.
Cuando acabe guardará su balde y se sentará afuera de la oficina del socio de mayor antigüedad y esperará. Nunca se va temprano. Podría hacerlo. Nadie lo sabría. Pero no lo hace.
Una vez quebrantó las reglas. Nunca más.
A veces, si la puerta está abierta, entra a la oficina. No por mucho tiempo. Sólo para mirar. La oficina es más grande que su apartamento. Recorre con su dedo el escritorio. Acaricia el sofá de suave cuero. Se queda de pie ante la ventana y observa mientras el cielo gris se torna dorado. Y recuerda.
Una vez tuvo una oficina como esta.
Por allá cuando Hank era Henry. En aquel entonces el encargado de limpieza era un ejecutivo. Hace mucho tiempo. Antes del turno nocturno. Antes del balde de limpiar. Antes del uniforme de mantenimiento. Antes del escándalo.
Hank ya no piensa mucho en el asunto. No hay razón para hacerlo. Se metió en dificultades, lo despidieron y se fue de allí. Eso es todo. No hay muchos que sepan del asunto. Mejor así. No hay necesidad de decirles nada al respecto.
Es su secreto.
La historia de Hank, dicho sea de paso, es real. Cambié el nombre y un detalle o dos. Le asigné un trabajo diferente y lo ubiqué en un siglo diferente. Pero la historia es verídica. La has escuchado. La conoces. Cuando te dé su verdadero nombre, te acordarás.
Pero más que una historia verdadera, es una historia común. Es una historia sobre un sueño descarrilado. Es una historia de una colisión entre esperanzas elevadas y duras realidades.
Les sucede a todos los soñadores. Y como todos hemos soñado, nos sucede a todos.
En el caso de Hank, se trataba de un error que nunca podría olvidar. Un grave error. Hank mató a alguien. Se encontró con un matón que golpeaba a un hombre inocente y Hank perdió el control. Asesinó al asaltante. Cuando se corrió la voz, Hank se fue.
Hank prefiere esconderse antes que ir a la cárcel. De modo que corrió. El ejecutivo se convirtió en un fugitivo.
Historia verídica. Historia común. La mayoría de las historias no llega al extremo de la de Hank. Pocos pasan sus vidas huyendo de la ley. Muchos, sin embargo, viven con remordimientos.
«Podría haber tenido una beca en golf en la universidad», me dijo un hombre la semana pasada estando en la cuarta área de salida. «Tuve una oferta apenas salí de la secundaria. Pero me uní a una banda de rock-and-roll. Al final nunca fui. Ahora estoy atrapado reparando puertas de garaje».
«Ahora estoy atrapado». Epitafio de un sueño descarrilado.
Toma un anuario de la escuela secundaria y lee la frase de «Lo que quiero hacer» debajo de cada retrato. Te marearás al respirar el aire enrarecido de visiones de cumbres de montañas:
«Estudiar en universidad de renombre».
«Escribir libros y vivir en Suiza».
«Ser médico en país del Tercer Mundo».
«Enseñar a niños en barrios pobres».
Sin embargo, lleva el anuario a una reunión de ex compañeros a los veinte años de graduados y lee el siguiente capítulo. Algunos sueños se han convertido en realidad, pero muchos no. Entiende que no es que todos deban concretarse. Espero que ese pequeñito que soñaba con ser un luchador de sumo haya recuperado su sentido común. Y espero que no haya perdido su pasión durante el proceso. Cambiar de dirección en la vida no es trágico. Perder la pasión sí lo es.
Algo nos sucede en el trayecto. Las convicciones de cambiar el mundo se van degradando hasta convertirse en compromisos de pagar las cuentas. En lugar de lograr un cambio, logramos un salario. En lugar de mirar hacia adelante, miramos hacia atrás. En lugar de mirar hacia afuera, miramos hacia adentro.
Y no nos agrada lo que vemos.
A Hank no le gustaba. Hank veía a un hombre que se había conformado con la mediocridad. Habiendo sido educado en las instituciones de mayor excelencia del mundo, trabajaba sin embargo en el turno nocturno de un trabajo de salario mínimo para no ser visto de día.
Pero todo eso cambió cuando escuchó la voz que provenía del balde. (¿Mencioné que esta historia es verídica?)
Al principio pensó que la voz era una broma. Algunos de los hombres del tercer piso hacen trucos de este tipo.
-Henry, Henry -llamaba la voz.
Hank giró. Ya nadie le decía Henry.
-Henry, Henry.
Giró hacia el balde. Resplandecía. Rojo brillante. Rojo ardiente. Podía percibir el calor a dos metros de distancia. Se acercó y miró hacia adentro. El agua no hervía.
-Esto es extraño -murmuró Hank al acercarse un paso más para poder ver con mayor claridad. Pero la voz lo detuvo.
-No te acerques más. Quítate el calzado. Estás parado sobre baldosa santa.
De repente Hank supo quién hablaba.