Ando sin palabras, muda como los pinos
que se elevan sobre las casas, sin musitar sonidos;
ando con la muerte a cuestas, muda como las estrellas.
Ando un invierno lento vestido de otoño y sin ganas de ruidos;
sorda como una tapia, no quiero escuchar nada.
Como una enredadera se trepó oscura,
desididamente lenta sobre mis piernas
la tibia oscuridad de mi calma.
Me estalla en las rodillas su eléctrico fulgor anestesiante,
y mientras más lejos voy en mis sueños,
va más arriba de mi piernas;
volviéndome blanda, sin masa, incorpórea;
gravitamos el furor, sin enojo, en un lugar sin cielo y sin tierra;
envolviéndonos una en la otra,
enroscándonos, retorciéndonos sobre la nada misma;
como escapando o atrapando,
(no sé lo qué estamos haciendo)
como si estuviera dando o recibiendo iluminaciones invisibles,
como pequeñas descargas que me estallan dentro.
De pronto, el universo explota
y me cega su blanca luz..