Hospital del Niño de Cochabamba, abandonado hace seis años
La primera vez que me topé con el vocablo italiano “ospedale”, me figuré automáticamente que significaba hostal, hospicio o alojamiento. Ni se me pasaba por la cabeza que era el equivalente exacto de hospital. Aunque, claro, en el sentido original supongo que hospital tiene que ver con un lugar de reposo o descanso, más que propiamente con un sitio donde sanar heridas. Por algo será que el adjetivo “hospitalario” está relacionado con una buena recepción a los visitantes, trato afable a los forasteros y demás cuestiones de buena voluntad.
Digo esto porque cada vez que oigo noticias de nosocomios (fea palabreja, horrísona como manicomio) públicos distan mucho de ser amables noticias o, al menos, tranquilizadoras. Que el hospital Viedma colapsó por enésima vez por saturación de pacientes. Que les cortaron la atención a los adultos mayores por falta de pagos al seguro específico. Que no hay medicamentos porque no se ha hecho una nueva licitación. Que no hay suficientes especialistas. Que no hay gasolina o repuestos para las ambulancias. Que vayan a parir a otra parte porque las salas de parto no dan abasto. Que esto y que lo otro. El mismo drama en tiempos normales. Y estoy hablando principalmente del hospital más céntrico y completo de la ciudad ¿Qué será del resto? ¿Qué sería en caso de tragedia colectiva o catástrofe natural?
Sin embargo, la propaganda gubernamental nos machaca con imágenes de niños y viejos más felices que las perdices siendo atendidos por enfermeras sonrientes ynos hablan de los innumerables seguros médicos que el gobierno del "preocupado" Morales ha creado, por poco hasta para las mascotas. Carajo, cualquiera diría que tenemos un estado de bienestar a la altura de los países nórdicos. Dan ganas de aplaudir por lo bien producidos que están esos spots, como si las estampas del realismo socialista se pasaran a la tele.
Pero ahí está la patética realidad para darnos un sopapo en la cara. Ahí está el policía internado hace meses en una clínica privada con el abdomen hecho trizas por haber sido baleado en el cumplimiento de su deber, prácticamente abandonado por sus superiores y con una familia atribulada por las cuantiosas y numerosas facturas. ¿No que la clínica policial estaba bien provista y equipada o sólo sirve para la curación de magulladuras y otras pequeñas heridas de combate callejero? Lo mismo podría decirse de las otras Cajas de Salud sectoriales, con ínfimos presupuestos, instalaciones descuidadas y peligrosamente insalubres.
Por otro lado, cual si fuera una epidemia, casi todos los días nos tenemos que enterar de que algún niño acaba de llegar al pabellón de quemados a consecuencia de un accidente doméstico. Lo de siempre, se manipulaba agua o aceite hirviendo o, en los casos más graves, por explosión de gas. Esta semana misma, casi al mismo tiempo se producían dos incidentes tremendos: una explosión de gas quemó seriamente a una joven madre de 17 años que calentaba leche para su bebé que también resultó herido. De un municipio del Chapare llegaron dos hermanitos menores de cinco años, con terribles quemaduras en casi todo el cuerpo. El director del pabellón explicaba a la prensa que el SUMI (seguro) solo cubría dos o tres dosificaciones de albúmina por paciente y, a uno de ellos ya se le habían suministrado casi diez unidades de esta carísima sustancia cuyo costo unitario rondaba los 50 euros, según el mismo médico.
Hay un común denominador en estos casos: usualmente son accidentes de la pobreza, familias humildes que muchas veces tienen instaladas sus precarias cocinillas en el mismo dormitorio, ambiente propicio para cualquier desgracia, más aun cuando los padres se ausentan por trabajo y dejan a los menores a merced de la buena fortuna o al cuidado esporádico de algún vecino. A esto hay que añadirle el factor educativo, tal como explicaba el médico entrevistado, se invierte muy poco en campañas de prevención, a la gente con escasa formación escolar no se le puede regalar unos folletos para solucionar el asunto; hacen falta programas permanentes con demostraciones in situ, uso de diapositivas y demás herramientas de mayor calado pedagógico.
Y a todo esto, ¿acaso hay alguna secretaría o programa social del gobierno que atienda estos casos, aunque sea para los más graves? No, en absoluto. Los países civilizados tienen un despacho, generalmente a cargo de la primera dama para obras sociales. En el imperio plurinacional tal parece que los súbditos están más sanos que Su Majestad y a salvo de cualquier contingencia. De ahí que sea prioridad nacional organizar cumbres megalomaníacas como el G-77 que avanza a toda máquina y gastando una montonera de plata, incluyendo una avenida exclusiva hasta el aeropuerto; como ya es archiconocido el multimillonario gasto en autos blindados, aviones, helicópteros, coliseos, rallies, satélites y demás armatostes para privilegio de pocos. Por el contrario, la infraestructura pública carece de los más elementales servicios y se bate en condiciones deplorables. Como ilustración, ahí tenemos el Hospital del Niño que yace abandonado sin concluir hace seis años con la excusa de que pertenecía a otra gestión. Y aún más, y esto es imperdonable, se acaba de hacer público que el flamante Hospital del Norte, inaugurado hace dos años por Evo Morales y el pachanguero alcalde, no ha funcionado ni un solo día y actualmente permanece convertido en un depósito, sufriendo un rápido deterioro y con el patio colonizado por los yuyos y otras malezas. Ahí está el mejor testigo de la burla, la vistosa plaqueta en el frontis que, entre otras cosas, dice “gracias al hermano Evo Morales”.
Como ven, nuestros hospitales están muy lejos de ser centros “hospitalarios”, más parecen sitios de concentración por la gran cantidad de enfermos que abarrotan sus pasillos y sus salas de espera. Otros son elefantes blancos, cerrados por falta de presupuesto. ¿No que decían que estamos mejor que nunca en la historia, a la altura del primer mundo, y que éramos los más dignos y soberanos de todo el universo?
Lo que está claro, es que los cincuenta delegados de los movimientos sociales que viajaron a Venezuela a “respaldar la revolución y apoyar al hermano Maduro” recibirán un trato más que hospitalario, aparte de los jugosos viáticos que salen de nuestros bolsillos. Como seguramente la pasará de maravillas la dirigente Leonilda Zurita que efectuará una gira por varios países europeos la próxima semana, para “fortalecer” al partido oficialista a nivel internacional. Porque una cosa es segura, los socialistas del siglo 21 jamás llegan a las casas de sus colegas marxistas, eso no es tan digno y acogedor como un hotel cinco estrellas.